La música amansa a las fieras. O al menos las sosiega. La noche del 19 al 20 me fui a la cama preocupado, muy preocupado. La información que iba llegando de los responsables del Congreso, del Senado y de la sede del Constitucional era de ... lo más deprimente. No hablo de política, que no puede ser lo mío; sí de los políticos, de los responsables de la política y de los comentaristas en los medios.
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No me cabe en la cabeza que sean incapaces de hablar con sosiego, de escucharse unos a otros y de razonar sin crispación. Así que el pueblo liso y llano, en el que me incluyo, a las preocupaciones del día a día (la luz, los alimentos, los alquileres, la gasolina, los colegios, las hipotecas, la sanidad) tiene que añadir las predicciones catastrofistas y el mal ejemplo que nos dejan los políticos por activa y por pasiva.
Yo no sé ni de lejos quién tiene razón. Y si lo sé me lo guardo. Solamente diré que esa noche de marras, y antes de acostarme y para conseguir un mínimo de tranquilidad, me puse a escuchar villancicos, en concreto dos, el 'Noche de paz', cantado por un grupo de niños ucranianos acogidos aquí en España y 'El pequeño tamborilero', interpretado por cuatrocientos niños de un colegio público.
Les cuento. La Navidad de mi primer año de cura, allá por el año 1965, tuve la oportunidad de escuchar junto a mis hermanos el villancico de 'El tamborilero' interpretado por un chaval llamado Rafael Martos, más adelante de nombre artístico Raphael. Si les digo que me emocioné oyéndole, además de mis hermanos, les digo poco. A lo largo de mi larga vida pastoral y en muchos pueblos de La Rioja y en Logroño lo he cantado con entusiasmo, con mucho agrado y con mucha unción, si cabe. Cantarlo, meditarlo, me hace mucho bien porque habla de un Niño nacido en Belén –los niños son nuestra mejor riqueza–, del poner a los pies de ese Niño lo mejor que tenemos, en este caso el tambor con su ronco acento de amor, para acabar con algo sencillamente espléndido: «Cuando Dios me vio tocando ante él, me sonrió». Sencillamente genial.
Amigos profesionales de la política: hablen sin dar voces, razonen con argumentos, escúchense unos a otros con un mínimo de humildad y aun de educación. Dennos un mínimo ejemplo de cortesía. No nos metan tanto miedo. Hagan las cosas bien y no despejen balones fuera porque al final hay un solo pagano –el que las paga todas juntas– y ese pagano siempre es el mismo, el pueblo liso y llano. Ustedes no las van a pagar porque a la postre les quedará una jubilación anticipada y generosa. A todos.
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Les voy a proponer algo no demasiado insólito y novedoso y que todos ustedes pueden hacer. Pongan en su casa el árbol navideño. Y si les parece, aunque no sean cien por cien creyentes, pongan también un sencillo Nacimiento, y si tienen hijos, sobrinos o nietos canten con ellos aquellos villancicos de toda la vida, que con seguridad ustedes mismos también cantaron de niños: Tal que 'Noche de paz', 'Feliz Navidad', 'Arre borriquillo' (este entusiasma a la chiquillería).
Y si viven solos, acérquense a cualquier residencia de personas mayores y acompañen durante algún tiempo a los abuelos y a las abuelas, que tanta compañía y cariño necesitan. Y lleven algún detalle para el centro. Les harán mucho bien a ellos y resultará para ustedes muy reconfortante. Hagan la prueba.
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