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Hace ya más de treinta años que el Muro de Berlín se demolió y que en sus ruinas germinó la libertad para todos los europeos sin exclusión. Sin embargo, en la UE todavía pervive otra muralla más pétrea que la compuesta por cemento, acero, argamasa, ... electrificados y alambradas de espino: el muro económico.
No existe una convergencia entre los estados miembros. Sea cual sea el parámetro que se analice (crecimiento económico, PIB per cápita, productividad, empleo...) todavía permanece erguido un paredón invisible, pero real, que distancia de norte a sur a los países de este club.
Junto a éste, sin embargo, hay otros muros imperceptibles para el ojo humano, pero terriblemente peligrosos. Promovidos por unos, consentidos por otros, poco a poco van asentando sus cimientos. Solo se observan sus perjuicios cuando ya resultan muy difíciles de corregir.
Los nacionalismos españoles, los de siempre y los que se sumaron vía reformas estatutarias hasta derivar en planes secesionistas, van levantando vallas entre ciudadanos. La España plural se ha convertido en la actualidad en un puzzle dominado por los catalanistas, que solo puede recuperar un poco de cordura a través de proyectos que nos resitúen como país, neutralizando las murallas que aspiran a levantar los independentistas: las grandes redes de comunicación. Sin embargo, este segundo año de pandemia será otro ejercicio en blanco, pues sigue siendo más apremiante lo urgente que lo importante.
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