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El BCE no podía permanecer de brazos cruzados ante los síntomas de brusco enfriamiento de la economía europea. Mario Draghi volvió a desenfundar ayer buena parte de la artillería pesada en su mano en un intento de alejar el fantasma de una nueva recesión. Ha ... tenido la prudencia de no agotar el escaso arsenal del que dispone tras la última crisis. Por un lado, por la confianza en que las medidas adoptadas serán suficientes. Por otro, para dejar en la recámara algunas balas de cierto calibre a Christine Lagarde, quien le sustituirá al frente de la entidad el 1 de noviembre. El BCE aprobó la compra de bonos por valor de 20.000 millones de euros mensuales durante el tiempo que sea menester y penaliza aún más a los bancos que le confíen sus fondos inactivos, ya que la nueva tasa a cobrar es del -0,5%, una décima más que antes.
De esa forma pretende incentivar la concesión de créditos para impulsar el consumo, la inversión y el crecimiento. No toca el precio oficial del dinero, pero garantiza que permanecerá en el 0% o incluso en terreno negativo mientras no repunten la actividad y la inflación. Las amenazas que se ciernen sobre la Eurozona justifican esta ofensiva. La economía europea precisa estímulos para no caer en una recesión en la que ya se ha hundido Alemania, su teórico motor -solo falta la confirmación oficial-, tras una acelerada pérdida de pulso a la que no son ajenos la insensata guerra comercial entre Estados Unidos y China, las incertidumbres que pesan sobre la industria del automóvil o el 'brexit' en ciernes. La virulencia de la última crisis, la mayor en un siglo, ha disparado la inquietud ante la que se atisba en el horizonte. Más que por su previsible intensidad, por las mermadas defensas del BCE para afrontarla.
La política monetaria, que ha llegado a extremos sin precedentes, apenas dispone ya de margen para dinamizar por sí sola el crecimiento. Agotada casi esa vía, se hace necesario combinarla con un giro en la política fiscal, de forma que las inversiones públicas recobren protagonismo como generadoras de actividad en aquellos países que se lo puedan permitir por disponer de unas finanzas saneadas. Alemania, estandarte de la más implacable austeridad durante la última década, representa el caso más palmario. El superávit en sus cuentas le brinda la oportunidad, que sería ingenuo desdeñar, de probar esa salida para insuflar brío a su economía, lo que es tanto como decir al conjunto de la UE. La extensión de planes de esa índole a otros socios comunitarios, en la medida de sus posibilidades, ayudará a reforzar el efecto de las medidas del BCE.
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