Dos mundos

El campo se ha movido hasta las ciudades y esto siempre es una revolución estética, igual que cuando esos tornados golpean las llanuras estadounidense y dejan luego todo revuelto e incomprensible: un televisor en medio de un parque, coches en los tejados de las casas y gente con mantas sobre los hombros deambulando por ahí. Logroño se sacudía la helada a la hora del café y trescientos tractores invadían la ciudad mientras ovejas, cabras y también una solitaria vaca se reflejaban en los escaparates de las tiendas. Detrás, dos mil hombres y mujeres caminaban hasta detenerse frente a las sedes del poder político. Algunos dejaron una oveja muerta colgada en la verja del Gobierno Regional y sembraron el suelo de calaveras de ganado en una de las postales más conseguidas del día. Después la presidenta y la consejera se reunieron en el interior con los representantes de la manifestación; fue otra foto muy lograda.

Este tsunami rural ha llegado ahora a la ciudad como tantas otras veces, porque en La Rioja los políticos sólo miran al campo en verano que es cuando se desata el carrusel estival de procesiones, misas al patrón del pueblo y vermuts en el frontón. Ha habido gobernantes riojanos muy competentes en esa disciplina, y cuando yo cubría las fiestas de los pueblos para la televisión veía a alguno de ellos más que a mi propia familia. Saludaban a todo el mundo, propinaban sonoras palmadas en la espalda y cuando estrechaban sus manos a esas ásperas manos de campo tan agrietadas y distintas a las suyas era como si tomaran contacto dos seres desconocidos de planetas diferentes.