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La monarquía británica sobrevivirá a Isabel II. El fallecimiento de la Reina ha galvanizado a su pueblo y lo ha unido como sólo consiguieron los grandes acontecimientos de su historia. Como la guerra de las Malvinas, como el desmoronamiento del Imperio, como los bombardeos sobre ... Londres o los pulsos económicos con la Unión Europea. Las lágrimas también unen. Y, si es necesario también sangre y sudor. Para defender lo suyo. Sin vergüenza de las tradiciones. Sin pudor ante las coronas repletas de joyas sobre las cabezas reales. Total lo vienen haciendo desde el siglo XI. La monarquía está en el ADN del pueblo y encarna mejor que la Torre de Londres, la libra o conducir por la izquierda, la esencia de lo british. En un momento en que la historia parece que da la espalda al Reino Unido, con Escocia soñando otro referéndum, con el Ulster mirando a Irlanda, con una clase política mediocre y desnortada, la Reina ha hecho el último favor a su pueblo. Dos semanas de emoción. De reconocerse como pueblo por encima de partidismos, nacionalismos, populismos. Día tras día viéndose como una gran nación. Diferentes. Singulares. Fuertes. Sin complejos y orgullosos del armiño y los uniformes. De su Iglesia y sus catedrales. La muerte de Lady Di sirvió a Isabel II para acercarse al pueblo. La muerte de la Reina le ha servido al pueblo para abrazarse ante el féretro real. La modernización de la monarquía constitucional no implica la renuncia los símbolos. Al contrario, unas sociedades tan mediáticas, tan flemáticas y frígidas están ansiosas de emblemas, alegorías, blasones, que le eleven de su rutina cotidiana, del tedio de su vida. La soberbia y la arrogancia como nación que destilan estas dos semanas de duelo y ceremonia envía al globo una imagen de realce, consideración y respeto. Y eso siempre se traduce en prestigio. Y en un mundo globalizado, comercial, intensamente turístico es una moneda de cambio de valor incalculable. Siempre habrá quienes que haciendo un gesto despectivo hablen de anticualla, obsoleta, vetusta monarquía, sosteniendo que lo moderno sería la República Unida de los Pueblos Británicos o así. Desde el paréntesis de Oliver Cromwell el Reino Unido ya modernizó lo fundamental traspasando la soberanía al pueblo, al Parlamento, a Westminster. Quedó el decorado, el brillo, la ornamentación, la memoria histórica. Si Carlos III tenía alguna duda sobre el provecho para la institución, de abdicar en su joven hijo Guillermo de la mano de su sonriente Kate Mildenton, el éxito de los funerales de su madre se las habrá despejado. Modernizará, eso si, a la familia, como ya hizo aquí Felipe VI, prescindiendo de adherencias que no hacen otra cosa que perjudicar la imagen de la Corona, sin aportar ningún valor añadido. Pero seguirá en el trono hasta la muerte.
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