MUERTE CEREBRAL

De los pueblos riojanos se fueron yendo los cines, las tiendas de ultramarinos, las carnicerías, las zapaterías, las carpinterías, las panaderías, los talleres, las escuelas, los bares. También los bancos y los curas. Hasta los agricultores y los ganaderos viven ahora en la ciudad y prefieren ir y volver todos los días en coche.

El Gobierno de La Rioja tiene ante sí un problema gigantesco; un problema tan grave que quizá no tenga solución. Responda sinceramente, querido lector: ¿Estaría usted dispuesto a vivir en un pueblo pequeño por más líneas de 5G que tuviese a su disposición? La mejora de las carreteras (la autovía de Burgos, por ejemplo) ha acarreado con frecuencia un efecto perverso: en lugar de ayudar a retener población en los municipios ribereños ha acabado facilitando el éxodo a la capital.

Para saber por dónde empezamos, primero debemos abordar el asunto sin sentimentalismos ni nostalgia. Con la frialdad a veces brutal de un cirujano habrá que plantearse qué ha muerto ya -aunque todavía escuchemos latidos débiles- y qué podemos salvar. Los demógrafos y los sociólogos nos advierten de que caminamos hacia una sociedad hiperurbana y que las ciudades pequeñas y medianas también irán desangrándose aceleradamente. El proceso ha comenzado, pero tal vez aún no sea del todo irreversible.

Por resumirlo con un ejemplo: ya no llegamos a tiempo para resucitar Rabanera, pero podemos hacer algo para salvar Nájera.