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El coronavirus todo lo inunda y no hay preocupación baladí sobre el contagio y esta enfermedad, más aún dadas las contradicciones y psicosis a las que nos vemos sometidos la población y los medios, que ni de eso nos libramos. Pero todo el alboroto que ... está creando el COVID-19 no disculpa para que no se repare en que, superada la conmemoración del 8M y sus manifestaciones, se haya diluido toda mención a la lucha por la igualdad de los géneros. Esto, sin tener en cuenta lo que se dice en Twitter, claro, que es como otro planeta.
Es tremendo que el primer tercio del año algunas lo pasen imprimiendo pancartas, generando lemas y soniquetes y repartiendo carnés de feministas (supuestamente) decentes para que horas después de que haya culminado el día señalado, todo se quede en agua de borrajas.
Es dramático que a diario se reproduzcan miles de ataques contra mujeres, que en su mayoría no son físicos y no cuentan en las estadísticas, por cierto. Una gran parte de las humillaciones que sufrimos las mujeres son cotidianas, soterradas, subyacentes. Y esos micromachismos son muy dañinos porque no se detectan con tanta claridad como los asesinatos o las palizas. Pero viéndolos en perspectiva suscitan situaciones de riesgo de lo más inquietante, porque generan en la sociedad un poso de desconfianza y de susceptibilidad que termina por horadar la lucha real por la igualdad. Ahí radica uno de los grandes peligros, y también en creer que la pelea termina con el 8M. Nada más lejos de lo que debería ser.
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