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El otro día falleció un chaval de veinte años, de una convulsión, mientras dormía. Leo que tenía más de ocho millones de 'seguidores', de los famosos followers: tu fondo norte, en las gradas, en las redes, en las redes de las gradas. Algunos países no ... tienen ocho millones de habitantes. Y que la fotografía de su último 'perfil' -como se denomina en la vida 'in móvil' tu identidad exprés, tu lado bueno o tuneado- había conseguido más de un millón y medio de 'me gusta'. El like famoso; ese pláceme, exprés también, que te otorgan automáticamente y que el agraciado se cuelga como una ratificación; como una dosis de autoestima, que en cantidades tan altas -millón y medio de likes- es una sobredosis. Es una pasada de 'gustar'. Me impresiona la desaparición de este muchacho después de tan abultada y precoz visibilidad. Se llamaba -yo no había oído hablar de él- Cameron Boyce, perdónenme la ignorancia los millennial, o post-milennial. Y había sido un adolescente del Canal Disney, lo que sea ya Disney, vaya, que yo me quedé en El libro de la selva. Yo era, sí, seguidor de Mowgli y de Baloo. Más que un adolescente debía ser Boyce: de 'ídolo' adolescente lo cataloga la prensa. Hablamos de una suerte de deidad.

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