Ni recuerdo desde cuándo no había vuelto a coincidir con Carmen. Los años le han regalado un paisaje nevado en la cabellera que le recuerdo siempre nacarada y corta. Un estilismo que, en la mitad de los 80, cuando la conocí, lucían las monjas que ... empezaban a mudar el hábito por una falda por debajo de la rodilla, blusa cerrada hasta el cuello y rebequita gris. O las comunistas. Pelo corto de monja o de comunista se podía llamar el corte. Carmen Chover era de las segundas, pero podía perfectamente haber pasado por una de las primeras. Se me antoja que habría sido una excelente sor si le hubiera atacado la vena mística.

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Que me da que no fue el caso. Dejémoslo en que fue una excelente buena monja por lo civil. La Juana de Arco de las reivindicaciones comunales y sociales, tal la intituló Julia Cibrián en una de sus siempre brillantes Almazuelas de barro. Y como «Quijote de mil causas» la presentó el exalcalde Manuel Sáinz cuando le dieron a Carmen la insignia de San Bernabé de Logroño, la ciudad a la que llegó en los 70, vía París, de la mano de su Manolo (Ruano) con la encomienda del partido y del sindicato de ir abonando la tierra riojana para lo que se presumía habría de venir a la muerte del dictador. Quijote, le dijo Sáinz, «con el corazón en la utopía y los pies en la tierra», aunque no sé yo si Carmen los ha tenido alguna vez, los pies, los dos a la vez, en el suelo, de soñadora, de idealista, de comprometida, de desprendida, de expuesta... de, en fin, buena persona en el grado máximo que alguien puede serlo. Ni aquel día, el de la insignia, junio de 2014, hizo privativo lo que bien decidió compartir con «los hombres y mujeres que en tiempos difíciles lucharon y pelearon por la democracia y la libertad», según rezó durante la liturgia del agradecimiento.

Gracias a Carmen, la de la cabellera perlada y la sonrisa perenne, es posible hoy el 8M. Porque ella y mujeres como ella defendieron como lobas solitarias la llama de la reivindicación de la igualdad, de la justicia, de los derechos de la mujer y de los desarraigados cuando aquello era sólo cosa de comunistas o de monjas comunistas.

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