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Como el yayo Tasio ha estado confinado en sí mismo dentro del confinamiento general, tiene previsto autodesescalarse antes de que desescalen todo. Empezó hace unos días con algo ligero, bajando a tirar la basura. Después de semanas cumpliendo a rajatabla las indicaciones oficiales, tomó la ... bolsa en la que no cabía ya una peladura más y descendió las escaleras de casa en busca del contenedor verde más cercano. La calle le pareció extraña después de tanto tiempo sin pisarla, como si la hubieran sacado brillo durante su ausencia. Las aceras sin gente se presentaron más anchas y le costó unos segundos acomodar la vista al vacío quebrado sólo por un perro meando en un alcorque. El leve vértigo que le produjo ese primer paso hacia la descompresión se multiplicó cuando fue al supermercado del barrio a aprovisionarse. El guardia jurado le proporcionó guantes, le dio instrucciones para aplicarse el hidrogel y le conminó a que la próxima vez mandara a algún nieto. Las estanterías estaban razonablemente llenas y los pasillos terriblemente vacíos. Los clientes deambulaban mirando más no cruzarse con otros que a la lista de la compra. Al doblar por uno de los lineales se topó de frente con una señora. Se detuvo un instante estupefacta y viró con urgencia haciendo chirriar las ruedas del carrito. Cuando Tasio llegó a pagar los tres botes y un poco de borraja que cabían en su cesta le atendió la cajera de siempre protegida como nunca la había visto. Apenas se saludaron, pero encima de su mascarilla vio una mirada de esfuerzo y cariño que alimentó al abuelo para toda la semana.
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