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Cuentan que el visitante de una aldea castellana quedó tan impresionado por la desproporción entre su descomunal templo parroquial y el exiguo caserío, que preguntó a los lugareños dónde estaba el pueblo de aquella iglesia. Algo así podría sucederle hoy al forastero que llegase a ... Logroño cuando contemplara el faraónico conjunto de las pirámides gemelas de Kebús y Ketrén erigidas en el ensanche de la ciudad, extrañado por la ausencia de usuarios de esta ambiciosa estación intermodal que quizá merezca elogios de arquitectos y urbanistas, pero suscita muchas cuestiones críticas en la ciudadanía, antes llamado el personal, a saber:
¿El soterramiento de un kilómetro y medio de ferrocarril justifica los cientos de millones de euros invertidos y el endeudamiento perpetuo de la ciudad por un proyecto tan costosísimo y controvertido, pero sobre todo interminable? (la cosa empezó en 1999 y estamos en la Fase I de III).
¿Necesitaba Logroño semejante estación de ferrocarril para atender el paso de diez miserables trenes diarios que circulan a velocidad de escachamatas? Con la que se armó con el aparcamiento del Hospital San Pedro, ¿por qué nadie denuncia la imposibilidad de aparcar unos minutos para dejar o recoger viajeros sin pasar por la incómoda caja del sótano?
¿Era necesario levantar en medio de un solar como la palma de la mano un cerro artificial con forma de gigantesco trasero en pompa de la ciudad, rematado con un anus magnus tendido entre ambas posaderas, a modo de gigantesco estorbo que separa visualmente los dos barrios que pretendía unir? Como atractivo del parque babilónico Felipe VI se alega que su cima ofrece buenas vistas de la ciudad ¿Qué jubilado piensan que va a pasear por un terreno en cuesta, con lo malísimo que es para las rodillas?
¿Cómo se acepta sin la menor protesta que la ya terminada estación de autobuses deba esperar dos años para entrar en servicio? La sarcástica justificación del alcalde, «hay que ir despacio y hacer las cosas bien» movería a la carcajada si, referida a un centro de comunicaciones del siglo XXI sin principio ni fin y a su chapucero entorno (culebrón túnel/rotonda), no fuese patética.
Cuando cierto filósofo griego contempló el inmenso arco de triunfo que daba acceso a un villorrio romano, recomendó a sus habitantes que cerrasen la puerta para que no se les escapara el pueblo. Hablando de Roma, evitar el bochornoso derrumbe del arco logroñés del puente Mantible hubiese costado muy poco comparado con el dispendio vertido sin fondo en esa milla a precio de oro donde lo que fundamentalmente se han enterrado son millones. Sus promotores podrán sentirse orgullosos del diseño futurista del engendro, pero un pueblo que ni valora ni preserva su pasado como un tesoro no se merece un futuro.
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