La persistencia de una inflación fuera de control, que no ofrece indicio alguno de relajarse a corto plazo, ha empujado a intervenir a los bancos centrales con un aumento de los tipos de interés, ya aplicado con vigor por la Reserva Federal en Estados Unidos ... y anunciado a partir del próximo mes por el BCE. Esa medida está encaminada a frenar el desbocado ascenso de los precios para que no frustre la recuperación en marcha. Pero, paradójicamente, uno de sus inevitables efectos es una cierta contención del crecimiento al penalizar el consumo y la inversión, lo que obliga a manejarla con un extraordinario tino tanto en los tiempos como en la intensidad para evitar que, en un contexto de deterioro de las perspectivas económicas, desemboque en una nueva recesión.
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Ese temor ha cobrado fuerza ante la eventualidad de que un IPC insensible a las decisiones de los gobiernos desencadene subidas de tipos más agresivas de las barajadas hasta ahora. La Fed norteamericana acaba de elevarlos 0,75 puntos, lo que añade presión al BCE, que tiene previsto un ascenso del 0,25% en julio y otro en septiembre. Las supuestas ventajas de ese viraje en la política monetaria no son todavía visibles. Sí lo son ya, en cambio, sus efectos nocivos para los países más vulnerables. El incremento de las primas de riesgo en España, Italia y Grecia por el peligro de impago de sus gigantescas deudas que observan los inversores ha obligado al BCE a salir en su ayuda, lo que ha rebajado de momento la presión, pero obligará probablemente a contrapartidas en forma de ajustes para beneficiarse de nuevas compras de bonos por parte de Fráncfort. Mientras resucitan fantasmas de un pasado reciente, la fuerte caída de las bolsas retrata el nerviosismo de los mercados.
Esta preocupante situación, que coincide con un crecimiento a la baja, emplaza a los bancos centrales a extremar la cautela para que la urgencia de atajar la inflación no genere otro problema en forma de desplome del PIB. La fuerte alza de los precios en la eurozona no obedece a un consumo desbocado, sino al brusco encarecimiento de la energía y a otros efectos de la guerra en Ucrania, a la que no se vislumbra una pronta salida. De ahí que sea necesario afinar al máximo la subida de tipos para que no estrangule más la actividad. El acierto del BCE en ese ámbito y en impedir una fragmentación en las garantías que ofrece la deuda de los países del norte y del sur determinará el futuro inmediato de nuestra economía.
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