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Los niños pequeños no tienen miedo. O lo tienen, pero no de las cosas que deberían. Sus padres, que lo saben, llenan de gomaespuma las esquinas de las mesillas y corren tras ellos por el borde de la piscina, esperando que cuando se caigan -porque ... se caerán- la cuenta de puntos de sutura no supere lo razonable.
El Ayuntamiento de Hermoso de Mendoza es un niño, y uno especialmente valiente. O descerebrado. Sus primeros cien días han sido sorprendentes, porque el crío se ha puesto a correr. Quizá temiendo que le ocurra lo que a Tomás Santos (que se quedó sin tiempo y acabó trasquilado) el equipo de gobierno parece determinado a hacer todo lo que pueda en el menor tiempo posible, mientras aún haya viento a favor.
Creo que pocos políticos en activo serían capaces de atreverse a lo que sí osó Hermoso con Vara de Rey: parar una obra de millones porque era ahora o nunca. Lo normal, lo habitual, lo predecible hubiera sido un simple dejar pasar: la obra sigue, yo corto la cinta en un año, y ancha es Castilla. Pero no. «No hemos venido a ver cómo pasa el viento», repite el alcalde. Y si Vara de Rey vale como prueba, pues por ahora es así. Por delante queda mucho, es cierto, pero nadie negará a este alcalde la voluntad de meterse en charcos: la tontada de la cuba lo demuestra. Y hay algunos charcos importantes que vadear, saltar o simplemente pisar: el CCR, el dichoso nudo, el tejido industrial en decadencia, la apuesta de una vez por la bicicleta... Veremos hasta si entonces le entra el miedo a este niño.
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