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Han leído La cucaracha de Ian McEwan, publicada con puntualidad ¡británica! por Anagrama? Pues no se puede explicar ni mejor ni en menos -127 páginas- lo que ha sucedido. Digo 'mejor' y no me refiero a una batería de datos sino a la artillería ... satírica desplegada por McEwan, de un nivel ironizante no alcanzado desde Una modesta propuesta para evitar que los hijos de los pobres de Irlanda sean una carga para sus padres o su país, y para hacerlos útiles al público; aquel 'ensayito' vitriólico publicado en 1729 por Jonathan Swift, en el que para paliar la hambruna de los hijos del campesinado arrendado irlandés que no podía satisfacer el alto alquiler estipulado por los terratenientes y malvivía en la miseria y desnutrición, proponía el autor que los campesinos vendieran sus hijos a los arrendatarios, para que se los comieran; eliminando así el problema de tener que alimentarlos ellos; y además cobrando. En este sentido, McEwan centra el móvil de la propuesta que circula a lo largo La cucaracha en el llamado 'Reversionismo', concepto consistente -en la presente ocasión novelística- en invertir del flujo del dinero con el (presunto) fin de purificar la nación, purgándola de despilfarros e injusticias -cita literal-; ¿cómo?: los empleados tienen que pagar por trabajar y los comercios pagan en metálico a sus clientes el precio de las cosas que compran; de esta manera, cuanto más compre el trabajador (comprar: acción por la que cobra) podrá aspirar a costearse un empleo más caro (trabajar: acción por la que paga); y cuanto más caro sea el trabajo, más tendrá que comprar (o sea que le paguen) para pagarlo y... Ahorro, en fin, el resto de la teoría económica 'reversionista' que se maneja, pero la resultante -abrazada por populismos y derechas- es el enriquecimientos directo de elites y gobernantes, y un nuevo empobrecimiento de la ciudadanía. McEwan, claro, está fabulando el 'reversionismo' brexiter. Sirviéndose literalmente del género de la fábula, pues baste decir -y hasta aquí puedo contar, pero hay más bichos, vaya; podría ser una aventura para los Men in black- que el primer ministro, unas horas antes de comenzar el proceso reversionista y de ruptura con el mundo 'avantista' (la doctrina contraria al 'reversionismo') era una cucaracha. Recuerdo que Rafael Azcona tenía Una modesta propuesta... como uno de sus textos preferidos, pues era el modelo perfecto de paradoja que él trabajaba -recuerden algunas de ellas: un anciano que quiere convertirse en inválido para moverse; un novio que para poder casarse con su novia tiene antes que casarse con otra o un empleado de funeraria que tiene que aceptar ser verdugo para llevar adelante a su familia-. Un tipo de paradoja que comienza siempre como una solución al revés y acaba en tragedia. Y la ironía es el método perfecto para analizar su anatomía. La ironía es el bisturí infalible. Su filo es capaz de hacer filetes la mentira más compactada. Y McEwan la usa con maestría. Al hilo, entre los principales faros literarios de Azcona -por la visión que ofrecían, precisamente, de la forma y fondo de la condición humana- estaban también Kafka y Los papeles póstumos del Club Picwick. Del primero, los personajes de 'K' y Gregorio Samsa, y del dilentantismo entorno a Samuel Pickwick la ironía cervantina, el punto de volterianismo, el cuadro discreto de las luchas sociales y la crítica de los gremios con mando en la city (la abogacía londinense). Pues de todo esto se filtra en las páginas de La cucaracha, protagonizada por un Jim Sams. Le falta sólo la 'a' final de su congénere inverso, Samsa. Gusto satírico y reflexión amarga. Véase, para comprobar la parte reflexiva, a sátira descubierta, el formidable discurso de la especie insecta de las páginas 123 y 124. Pero prima el humor. A nadie se le escapa que lo del Brexit bien pudiera haber pasado por una broma de los Monty Phyton. Lo que pasa es que nos hemos despertado de la broma y nos encontramos -eso- en una de Kafka. Eric Idle, genial, tuiteó ayer, muy pegado a la fábula anatómica de esta historia: «'Brexit'. Después de dispararnos en nuestro propio pie, ahora apuntamos a los tobillos. Espero que las rodillas se rindan». Es curioso: estoy viendo la edición de La cucaracha en Londres (Jonathan Cape) y el insecto no lleva la Union Flag impresa sobre su caparazón; sí, en cambio, en la española de Anagrama, subrayando la fábula. Estoy acabando esto y mi amigo Peter Evans, de Londres, me envía un wasup con el artículo que ayer publicaba -precisamente- Ian McEwan en The Guardian, titulado: «Brexit, la más inútil y masoquista ambición de la historia de nuestro país ha sido consumada». Trata sobre la automutilación nacional, sin fábula que valga.

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larioja Una metamorfosis