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La marcha de Leo Messi del Barcelona, consumada de una manera inesperada, no solo cierra una etapa marcada por el protagonismo del astro argentino en el equipo en el que ha desarrollado su fulgurante carrera, sino que está teniendo una repercusión mundial que deja constancia, ... una vez más, del impacto que es capaz de ejercer el fútbol. Una proyección de ámbito global inalcanzable para casi cualquier otro deporte y para casi cualquiera de sus estrellas. Messi abandona el club de su vida ante la aparente imposibilidad de la entidad blaugrana de encajar su nuevo contrato, por el que el jugador iba a reducir su sueldo a la mitad, en el límite salarial fijado por LaLiga con el Consejo Superior de Deportes; una traba que parece haberse mantenido incluso tras la firma del multimillonario acuerdo de los responsables de la competición española con el fondo CVC. La salida de Messi tiene así como telón de fondo las serias dificultades financieras que arrastran clubes señeros, agudizadas por la pandemia, y reabre el debate recurrente sobre las cifras que perciben los futbolistas encumbrados. Un escrutinio imprescindible que no debería obviar el valor del fútbol como puro juego. Allí donde Messi ha reinado.
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