Lo primero que piensas al leer una noticia como esa es que resulta una obscenidad. Siempre lo es, pero más aún en un país hundido económicamente, en el que los ERTE dopan las insoportables estadísticas del desempleo. Messi y sus 555 millones de euros. Esa ... fue la información.
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Hace muchísimo tiempo ya que el fútbol profesional dejó de ser un deporte para mutar en un negocio procaz en el que todo está en venta, porque todo el mundo que está en él se vende. Y aunque, a priori, el argentino es el blanco de las críticas por cerrar una operación vergonzosa y amoral, no lo es menos quien lo hace posible. Desde luego que el Barcelona es mucho más que un club. Pero no en el sentido de su lema (filosofía, juego, victorias...), sino en el de que se ha convertido en una empresa dedicada al entretenimiento de masas y, como todo negocio, busca rentabilidad calculando el retorno de la inversión (publicidad, derechos de televisión, mercadotecnia...) Y no cabe duda: si tal contrato ha salido adelante es porque las cuentas han cuadrado.
Pero, claro, lo que no puede sorprender es que una sociedad abatida por la pandemia presencie boquiabierta y con indignación que un futbolista se levante semejante pastizal. Porque Messi es brillante en su profesión, pero hay miles de trabajadores en nuestra región, todos de 10, que en medio de esta devastadora crisis sanitaria, social y económica, se han demostrado esenciales tras años infravalorados salarial y laboralmente. Lo que es indecente, a la par que injusto.
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