El presidente de la Generalitat, Pere Aragonès, reclamó ayer que «todos» se impliquen con la mesa de diálogo, que se reunirá la tercera semana de septiembre, de forma que se consiga el máximo compromiso de la sociedad catalana. «Ningún independentista debería dimitir de ir a ... defender el derecho de autodeterminación donde sea», añadió con solemnidad el representante de Esquerra Republicana de Cataluña que encabeza por primera vez el Ejecutivo nacionalista, después de que superara a JxCat en las últimas elecciones catalanas, y que también encabezará la delegación catalana al encuentro.
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A medida que se aproxima la fecha de esta reunión resaltan las dificultades del intento negociador por la desunión de las facciones soberanistas que en teoría forman la actual mayoría de gobierno. Como es lógico, ERC cree en la utilidad del diálogo, aunque se niega a renunciar a sus objetivos más radicales, que notoriamente no podrá aceptar su interlocutor. Pero JxCat, que todavía no ha asimilado que el liderazgo de su espacio sea ejercido por otra fuerza, no oculta su escepticismo, que el propio Puigdemont ha declarado sin ambages. Y la CUP está definitivamente en contra de la negociación, posición coherente, por otro lado, con su voluntad de convertir Cataluña en una pequeña república colectivista.
Lógicamente, estas diferencias no se limitan a la cuestión central de la decisiva negociación: se muestran también en otras muchas cuestiones (la ampliación de El Prat, por ejemplo) y se harán patentes a la hora de negociar los Presupuestos de la Generalitat, hasta el punto de que el PSC de Salvador Illa se ha ofrecido a los republicanos para completar la mayoría si fuera necesario. No hace falta decir que si fraguara este acuerdo el engrudo que todavía vincula a las familias del nacionalismo saltaría por los aires.
El hecho de que Aragonès confíe en la utilidad del diálogo para resolver el conflicto catalán es esperanzador, pero produce gran perplejidad que, en lugar de ir atenuando las discrepancias más obvias, ERC insista en que la autodeterminación y la amnistía son y serán los objetivos irrenunciables. Cuando una de las partes de una negociación comienza pidiendo lo imposible, hay que pensar que ese interlocutor no busca el acuerdo y que el diálogo puede darse por perdido. A menos, claro está, que se recurra a la técnica del doble lenguaje, uno para contentar al independentismo, otro para practicar el difícil arte del posibilismo.
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