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Un lector me participa de esta confidencia: «Yo también procuro evitar Ollerías». Se refiere a la sensación que le dejó la lectura de un libro reciente, 'Logroño en sus bares', obra de quien esto firma y perdón por el autobombo. En sus ... páginas se incluye un capítulo dedicado, en efecto, a describir cómo todavía (¡Todavía!) impacta en nuestro ánimo pasear cerca de esa calle, antaño escenario de una jugosa paleta de bares. Sergio, La Chistera, Paco... Las herederas del patriarca de este último local me confesaban una inquietud análoga durante la presentación del libro. Ollerías: sólo teclear esas letras resucita el viejo escalofrío. Ollerías: sinónimo de terror para todo logroñés. Porque lees Ollerías y te dan ganas de llorar.
El merecido homenaje que, 40 años después, Logroño rinde a las víctimas de ETA coincide con una nueva etapa de revisionismo de lo que significaron esos años de plomo. Como si hubieran sido tres crímenes accidentales. Como si al trío de víctimas, de ronda por los bares del Logroño castizo, les hubiera matado el destino y no sus verdugos. Como si sus asesinos no hubieran tenido otro remedio que espiarles a la altura del Baden, accionar la bomba oculta en un coche aparcado junto a Marqués de Vallejo y huir hacia la Glorieta. Añadiendo ese gesto cobarde a tantas vilezas que hoy merecen una mirada benevolente según ese latiguillo abominable: como ETA ya no mata...
No. ETA ya no mata. Pero la memoria es terca. Es tan justificado reconocer el martirio de quienes perdieron la vida a manos del régimen homicida encarnado por Franco, y procurarles una reparación, como recordar a todos estos muertos más cercanos en el tiempo. Tan legítimo resulta ejercitar nuestra memoria democrática pensando que, aunque muerto el dictador, algo o mucho del franquismo le sobrevive, como sostener según la misma lógica que muerta ETA, el rastro del fascismo totalitario y criminal que le distinguía sigue entre nosotros. Ocupa incluso escaños en el Congreso, codiciados por ese presidente que se resiste a tuitear la palabra ETA (como si a Ernest Lluch le hubiera matado la gripe) pero envía a la prisión de Logroño a quien ordenó secuestrar a Ortega Lara. Lo que demuestra que aprobar la asignatura de memoria es imposible mientras se insista en suspender la asignatura de dignidad.
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