El homenaje de Estado que los representantes de las más altas instituciones de nuestro país y de Europa compartieron con personas significadas de la sociedad civil para honrar a los fallecidos por COVID-19, a quienes sufren sus consecuencias, a los profesionales y voluntarios que ... se enfrentaron a la pandemia en nuestro país estremeció ayer toda España. Aunque nadie podía imaginar que la fecha pospuesta iba a servir para renovar la confianza de la sociedad en esos mismos profesionales y para recabar de los ciudadanos un comportamiento responsable ante los nuevos brotes, que honre la memoria de quienes ya no están entre nosotros, cuando siguen falleciendo personas a causa del coronavirus. El embate epidémico y el confinamiento condujeron a miles de españoles a una muerte callada y anónima, a un final en soledad de una injusticia inenarrable, que ha sumido en el dolor de la pérdida más lacerante a sus deudos. Son también miles las personas que padecen las secuelas de la enfermedad y de los propios tratamientos, y que tienen motivos para temer que su salud puede verse deteriorada en adelante. También el silencio, la soledad y la zozobra pesan sobre las mujeres y los hombres que están llamados a continuar atendiendo, cuidando y ofreciendo seguridad a sus conciudadanos en una situación que no acaba de normalizarse ni de manera distinta. Ayer se procedió a una pausa necesaria para homenajear durante cuarenta minutos a las víctimas de la pandemia y a los héroes que niegan serlo. Un acto emotivo al que sin duda se sumó la inmensa mayoría del país. El hermano de José María Calleja, Hernando, invocó la compasión, ponerse en el lugar de quien sufre, como rasgo genuino de humanidad. La enfermera Aroa López señaló que los sanitarios llevan tatuada en su piel la mirada de quienes se les murieron en los hospitales. El rey Felipe VI dio testimonio de la respuesta unitaria con la que la ciudadanía supo afrontar la brutal andanada del coronavirus. Fue una ceremonia en la que se fundieron sentimientos sin reservas, creencias sin rituales exclusivos, razones y corazones, la congoja y la esperanza. El recuerdo por los ausentes y el compromiso de los presentes. Un acto de reconocimiento de que las instituciones y la sociedad tienen contraída una doble deuda, para con quienes más han padecido la epidemia y para con quienes siguen dispuestos a atajar sus nuevos brotes.
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