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No descubriré nada afirmando que el ser humano experimenta sus momentos más felices, o placenteros al menos, cuando algo entra o sale por alguno de los orificios que comunican las entrañas de su cuerpo con el exterior, lo que no significa que todo lo que ... pueda penetrar en o surgir de alguno de ellos resulte siempre agradable o gratificador. Dado que cohabitan tanto dentro de él como fuera, nuestro cuerpo ingresa o expulsa por sus conductos lo mejor y lo peor de su existencia. El oído lo mismo recibe las más bellas melodías que los titulares del informativo o el taladro del vecino; las fosas nasales aspiran tanto el perfume o la raya como el hedor o los jugos gástricos a través de un sonda; por la boca ingerimos el cenorro de Nochebuena que vomitamos horas después y el ano da entrada al dedo del urólogo y al colonoscopio pero también salida a la evacuación matutina cuya puntual regularidad tanta felicidad proporciona a partir de cierta edad. Pero estarán conmigo en que el deleite corporal más intenso que pueden experimentar un varón y una mujer emana de sus aberturas urogenitales y aledaños mediante procedimientos cuyos detalles huelga explicar.
Aunque el humano sea el más sofisticado de la Tierra, como animal sigue sometido al atávico instinto de supervivencia de la especie que le obliga a buscar la reproducción mordiendo el anzuelo del deseo sexual para comerse el cebo del gustirrinín. Sin embargo, en las últimas décadas las sociedades más avanzadas han desvinculado el sexo con la reproducción, convirtiendo un medio de procrear en el fin de obtener placer. Por ello, que en España se provoquen cada año 90.000 abortos a petición hay que contemplarlo como un doble fracaso. Por un lado, el individual de quienes irresponsablemente desconocen o no utilizan los eficaces métodos de que disponen para evitar un embarazo que no desean. Pero, sobre todo, el colectivo de una sociedad con la natalidad congelada que necesita muchos nacimientos para garantizar su propia supervivencia pero dedica más esfuerzos a fomentar la interrupción que la culminación de tantas gestaciones. Lo primero se combate informando y dotando de esos métodos y lo segundo propiciando medidas que promuevan en serio la natalidad, aunque resulte más fácil, rápido y barato financiar una anticoncepción que una habitación más, una excedencia o la guardería. Qué mejor «desarrollo y progreso de la sociedad en todos sus ámbitos» (eso es el progresismo) que fomentar su crecimiento, y qué «política social» más antisocial -y más suicida- que impedirlo por todos los medios, por legales que sean.
Por lo que a un servidor respecta, ver brotar a nuestros hijos de las entrañas de su madre han sido las tres experiencias más felices, intensas y duraderas de su vida, y eso que en pocos días se cumplirán cuarenta años de la primera.
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