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Está por ver si la crisis primero sanitaria y ahora social nos hará mejores personas como se vaticinó al irrumpir la pandemia. Lo que ya es constatable que ha mejorado el coronovarius son muchas de las calles que atravesamos a pie. Los meses de confinamiento ... han valido la pena, además de para frenar los contagios, para tomar distancia y volver a pasear por el centro de la ciudad como si fuera la primera vez. Retornar a las aceras que se quedaron huérfanas de pisadas hace más de dos meses es reecontrarse con un entorno nuevo. Más ancho y transitable, menos hostil para quien rehuye del coche. Ha hecho falta una catástrofe como la sufrida para que las palabras de quienes clamaban por una reconversión del espacio urbano en favor del peatón estén cristalizando en forma de ampliaciones y erradicación de las dobles filas. O quizás es que era preciso una situación tan extrema para no prolongar más los plazos y acometer por necesidad una metamorfosis hasta ahora demorable. El ímpetu con el que está cambiando la fisionomía de muchas de las calles para esponjar el paso de los transeúntes tiene la oportunidad de no quedarse en lo puntual. Es la ocasión de una actuación global, de rediseñar, redefinir, reconstruir y todos los verbos que empiezan por 're' que hagan falta para que no quepa marcha atrás cuando el COVID sea un recuerdo. Una red de carriles bicis sensata, la limitación del emplazamiento para las terrazas cuando las urgencias económicas de las hostelería den tregua y la apuesta definitiva por ciudades verdes que hará mejores a sus habitantes y también al visitante.
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