Salvo la cirugía y los cirujanos, es decir, médicos que entran en tu cuerpo, y se las ven con la sangre, los riñones, los intestinos, el colon, la tráquea, las fosas nasales, la retina, el hígado y el corazón, las demás áreas de la medicina ... consisten en la prescripción de medicamentos, es decir, de drogas. Admiro a los cirujanos. Admiro a los que entran dentro de ti con un bisturí en la mano. Es la parte más noble y sólida de la medicina. Ay, pero lo demás, ay lo demás. Todos los que nos hacemos viejos conocemos mejor nuestro cuerpo que el médico de cabecera que nos asigna la seguridad social. De ahí que yo le tenga especial desafección al sistema sanitario.
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Yo ya sé, por viejo y por experiencia, lo que alivia mis padecimientos físicos. Sé lo que cura mis catarros mejor que el mejor médico del mundo. Conozco mejor que el mejor de los médicos de familia lo que las drogas de farmacia hacen en mi cuerpo. La medicina familiar acaba siempre en la farmacia. Son más importantes las farmacias que los médicos. Ya sé que está afirmación causará estupor, pero piense el lector en donde acaba una consulta al médico. Acaba en la farmacia.
Estoy hablando de incómodas molestias o pequeñas enfermedades que nos hacen la vida imposible: una rinitis, una ciática, una lumbalgia, un herpes labial que no se marcha, una mancha en la piel que pica, una tensión arterial alta, un análisis de sangre con mucho colesterol, el insomnio, el estrés, una faringitis, una dermatitis, un dolor de cabeza, todo, todo esto se resuelve no en el despacho del médico sino en la farmacia. Benditos sean los farmacéuticos. Los médicos, en estos casos que señalo, solo son un papel para ir a la farmacia. Se puede ir sin ese papel a la farmacia perfectamente.
Además, un ambulatorio de la seguridad social es una cosa triste. Todo el mundo allí está de mala leche, pues las administraciones obligan a los sanitarios y a los médicos a dedicar pocos minutos a cada paciente. Una farmacia es mejor. Hay más colores. Hay adornos. No me pongo malo en una farmacia. Las colas en las farmacias no son deprimentes. En cambio, en los ambulatorios, todo resulta penoso. Me pongo más malo de lo que estoy con solo pisar esos centros oscuros y suburbiales, con gente de muy mal vino. No sé por qué se meten tanto con la asistencia telefónica, que para mí es una bendición moral y estética, pues no me obliga a entrar en esos barracones feísimos de los ambulatorios, pues como dijo el poeta romántico alemán Novalis: «toda enfermedad es enfermedad del alma».
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