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La Navidad siempre me acerca a la niñez, cuando la inocencia te da una visión del mundo que el trascurrir del tiempo cambiará. De niña había dos cosas que me parecían mágicas, la Navidad y el circo. En la carpa repleta de prodigios me deslumbraban ... hazañas de trapecistas y equilibristas aunque, sobre todo, me emocionaban los payasos. Me gustaba su nariz roja, sus ojos agigantados por el maquillaje y sus zapatones. Algunos te hacían reír pero otros, de aspecto vagabundo, te movían hasta saltar lágrimas ocultas tras las carcajadas. Al ser mayor, comencé a ver los rotos en las mallas de los trapecistas y los trajes de acróbatas y payasos descoloridos por los lavados. Pues así veo ahora la Navidad, como el payaso triste al que le cuesta sonreír, aun sabiendo que las sonrisas alivian las penas mientras él las esconde tras esa boca grande que dibuja una risa inmensa.

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