Mascarillas

Lo que no es raro es oír a un concejal de Vox diciendo obscenidades. «Aparten sus sucias manos de mi hijo, aparten sus marxistas deseos y apetitos sexuales de mi hijo, y no les voy a permitir, y pierdan toda esperanza de adoctrinar a nuestros hijos para convertirlos en enfermos como ustedes». Esta vez ha sido Pedro Fernández en una intervención en el Ayuntamiento de Madrid, pero podría haber sido cualquier otro. Son una máquina de soltar disparates, por la boca o por las teclas: hasta Twitter les suspendió temporalmente la cuenta por incitación al odio. Pero desvaríos oímos y leemos todos los días, y de todos lados. Ellos mismos se jalean, y sacan pecho, y se vienen arriba; enconan el panorama al disfrazar de lenguaje claro y desinhibido lo que no es más que retórica populista y tóxica, erosionan la verdad, convierten las palabras en escupitajos. Y los escupitajos salpican, y contagian el odio más rápido que el coronavirus. El nuevo analfabetismo sí que es una pandemia. Habrá que salir a la calle con mascarilla.

«Somos una forma de hablar, y debemos ser fieles a esa forma de hablar, porque es nuestro patrimonio moral. No tenemos otro». Lo escribe Manuel Vilas en su último libro, 'Alegría'. Las palabras de Fernández no solo dan idea de su patrimonio moral, sino que también dan asco y vergüenza. Estamos rodeados de bandidos, y no precisamente honrados. Qué largo se nos va a hacer este año. Y, encima, es bisiesto.