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Pues va y resulta que tenía pensado ir de nuevo a Arnedo este año a ver el Robo de los Santos, y esta fiesta tan atractiva y tradicional no se va a celebrar. Escribo estas líneas el viernes por la mañana y ya el jueves ... Diario LA RIOJA publicaba que las directivas de las asociaciones habitualmente más activas en las fiestas arnedanas se inclinaban por adecuarse a la mejor solución emprendida en todas las localidades de esta comunidad autónoma: no dar lugar a los actos multitudinarios. Lo prudente.
Reconforta esta muy medida reacción ante la pandemia, pero también anima el comportamiento de todos los Ayuntamientos, formados por nuestros políticos más cercanos sin distinción, que desde hace varias semanas en nuestras sierras y valles se afanan por organizar multitud de actividades lúdicas y culturales para entretener al personal. Seguro que el lector tiene en cuenta que las actuales circunstancias son especiales y que esta singularidad hace que se acerquen a nuestras localidades más personas que otros años porque confían en hallar aquí mayor tranquilidad y seguridad que en las zonas otrora multitudinariamente turísticas.
Caminamos en un mundo bastante extraño, lo digo por lo de las mascarillas, artefacto que nos hubiera prohibido ipso facto el marqués de Esquilache ahí por el siglo XVIII. ¿Se ha fijado usted en que los niños nos miran desde sus janés como si fuéramos levemente extraterrestres los mayores que ellos? Me llamó la atención el que unos días antes de los Sanfermines estuve en Pamplona y solo portaba la mascarilla el 30% del personal con el que me crucé en las calles, mientras que en Logroño al día siguiente la usaba el 80%. He vuelto a la capital navarra el día 20 y cumplía con la norma el 100%.
Esta semana unas cámaras de televisión me han hecho notar que en el Congreso de Madrid muchas de sus señorías no llevaban colocado ese artilugio protector. ¿Tendrá que volver a entrar alguien a la cámara a gritarles «¡Póngansen (con tres enes) las mascarillas, coño!», como en tiempos epopéyicos? Sin duda, será ventajosamente superior que acceda a caballo el rejoneador estellica Pablo Hermoso de Mendoza y, entre vistosas cabriolas, los impulse a tan imprescindible acción cívica cantándoles: «Con la venia, presidenta, / les dedico esta coplilla:: / Señorías, por favor, / pónganse las mascarillas / porque se están dando cuenta / hasta los niños y niñas». Incluidos los de los janés.
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