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La anécdota que voy a narrarles ha ocurrido a dos kilómetros del cerro de Cantabria de Logroño, a unos segundos en coche de la Papelera del Ebro, localizada entre la jurisdicción de la capital riojana y la de la ciudad navarra de Viana. El sucedido ... lo contaba hace poco en un reciente curso de verano en Pamplona el profesor y arqueólogo Javier Armendáriz y lo daba a conocer Diario de Navarra en un reportaje el domingo pasado.
El docente relataba que en la campaña reciente de excavación en el poblado berón de La Custodia (Viana) han aparecido esparcidas en un corrillo de nada un montón de 59 balas de honda, concretamente de plomo, esa arma de mucha pupa que manejaba con habilidad especial la sección del ejército romano denominada de honderos. La originalidad del dato estriba precisamente en el agrupamiento de la munición.
En ese término de campo se levantaba la ciudad berona –Uarakos– más poderosa de estos alrededores, que el año 76 a. C, es decir, antes de Cristo, no del coronavirus, fue aplastada por las tropas del general romano Sertorio e incendiada, por si acaso, para que no quedaran ni las cenizas.
Javier, director de las excavaciones, explica que el hondero debió huir o acaso morir porque los legionarios tenían órdenes de recoger tras la batalla las armas esparcidas y esos proyectiles no fueron recuperados. Algunos investigadores añaden que la desaparición de tan importante ciudad, que llegó a tener ceca o fábrica de moneda propia, tuvo como finalidad el asentamiento de otra localidad, esta romana, Varea, al otro lado del vecino Ebro.
Tal yacimiento, reconocida su importancia, ha sido expoliado hasta la saciedad por profesionales con detectores electromagnéticos en los últimos cuarenta años. Sobre esos asaltos al Patrimonio ironizaban el 23 de febrero de este año, Domingo de Carnaval, los cachis o disfrazados de la murga vianesa: «Estos, que son empresarios, / han comprado La Custodia, / y el primer día han hallado / seis bikinis de beronas, / diez móviles de romanos, / las gafas de la Gioconda, / la espada de un tal Sertorio / y un cuñao de Cesar Borgia».
De todas las maneras, yo creo que he dado con lo que realmente le ocurrió a aquel anónimo hondero romano: en determinado momento del combate, soltó el morral con sus kilos de plomo a la vez que le daba un soponcio al ver que avanzaba hacia él un antepasado del comisario Villarejo. Y sin mascarilla.
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