Más vale ser punki

Como los padres consentidores que somos, mi santo y yo acompañamos a un par de adolescentes a ver a su ídolo. Ellos, felices, se reconocían entre sus iguales; nosotros, estupefactos ante el panorama y tan fuera de lugar como Paquirrín en una biblioteca, hacíamos cola entre una multitud de chicos buenos con pinta de chicos malos y boca de camionero. Qué quieren, es trap.

Los críos entraron corriendo a ocupar las primeras filas mientras nosotros nos acodábamos en la barra. Mi santo aguantaba su pasmo a palo seco, y yo el mío con un vodka con tónica. Entre comentarios de «mira qué facha» y «tanto sacrificio para que luego nos meta en un asilo», el concierto pasó. Y rápido, afortunadamente: es curioso comprobar que un tío con una cruz tatuada en la frente y que se agarra el pikete espacial para cantar pueda hacer gala de una puntualidad británica. Ni es tan fiero el trapero como lo pintan, ni tan rebelde el adolescente como quiere parecer. Al menos, no más que servidora a su años: a los trece hice una ilustración alusiva a la canción de Siniestro Total 'Todos los ahorcados mueren empalmados'. Mi madre me pilló el dibujo, lo rompió en mil pedazos y miró al cielo preguntándose para qué me llevaba a un colegio de monjas. Pero, a la edad del pavo, los granos, el adanismo, la sublevación, el tocarle las narices a tus padres y el nihilismo urbano son casi obligatorios. Y, puestos a escoger, más vale ser punki que lo otro. Ya lo cantó Siniestro T. antes que Cecilio G.