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Llevaba razón el diputado David Vallejo cuando desde el atril afeaba a sus colegas de escaño el extraño espectáculo que se disponían a perpetrar. «Lamentable», disparó. Aludía el parlamentario de Ciudadanos a la desdichada idea de concluir la legislatura del cambio con un pleno ... destinado en exclusiva para que sus señorías chapotearan a gusto en las aguas de la baja política. Y que José Ignacio Ceniceros concluyera su mandato en el Legislativo regresando a la casilla de salida, para honda satisfacción de su antecesor, reflejaba con alta precisión la naturaleza mejorable de estos cuatro años. Que se han hecho muy largos.
Porque el pleno concluyó como tantos otros... de legislaturas anteriores. Con Pedro Sanz palmeándose un carrillo (el gesto que se usa para llamar a alguien caradura) y con Francisco Ocón clamando su indignación por los pasillos: «Sinvergüenzas». La controversia a cuenta de la finca de Villamediana del expresidente se saldaba con una derrota de la oposición en el plano político, como ya profetizaba el propio Sanz cuando entraba apresuradamente en el Parlamento: «Van a perder». El mismo vaticinio que había aventurado antes el portavoz del PP, reflejado en dos imágenes muy elocuentes: Rebeca Grajea, la diputada no adscrita que ejecutó su revancha postrera hacia Ciudadanos, votando ayer en contra de sus antiguas siglas, y con Germán Cantabrana, ese profundo misterio de la política riojana, a su aire. Ausente del último pleno. Su escaño vacío sirve como metáfora de eso mismo: las huecas cabezas que distinguen a quienes venían como adalides de la nueva política.
De modo que, como se sospechaba, la escena final de la legislatura entronizó la afición por el esperpento de la Cámara regional. Con momentos tan delirantes como el reparto de culpas por el caso Villamediana recitado por el diputado Jesús María García desde el atril, donde mencionaba a algunos de sus protagonistas como 'Triple A', 'Triple B' o 'Triple C'. Kafka estaría orgulloso. También Valle Inclán. Y por supuesto Marx, don Groucho. Porque la sesión de ayer sirvió como homenaje a sus ocurrencias marxistas, con la particularidad de que esta broma carecía de su gracia. Dando la razón a Vallejo cuando diagnosticaba los evidentes males del parlamentarismo regional. Una actividad con frecuencia «poco edificante». O cuando confesaba que se había preguntado tantas veces «qué hago aquí sentado». Una duda compartida. Y sin respuesta.
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