Netanyahu dobla campaña
El líder israelí pone a los demócratas de EE UU en el brete de perder (votos projudíos, si se le enfrentan) o perder (votos árabes, si no lo hacen)
Martín Alonso Zarza
Jueves, 3 de octubre 2024, 21:40
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Martín Alonso Zarza
Jueves, 3 de octubre 2024, 21:40
Cómo concilia Israel una ocupación permanente con sus ideales democráticos? ¿Cómo hace Estados Unidos para seguir defendiendo eso y a la vez estar a la altura de nuestros propios ideales democráticos? Nadie ha dado nunca buenas respuestas a esas preguntas porque no las hay». Así ... se expresaba un secretario de Estado saliente a finales de 2016, tras la victoria de Donald Trump. El discurso merece una lectura detenida porque ilumina un ángulo ciego: «No creo que mucha gente en Israel, y desde luego en el mundo, tenga idea de la extensión y sistematicidad que ha adquirido este proceso (la ocupación)». Añade que la coalición de gobierno presidida por Netanyahu es las más extremista de la historia de Israel, teniendo a gala el haber adoptado la posición «más comprometida con los asentamientos».
Replicó Netanyahu tildando el discurso de «desequilibrado» y «obsesivamente enfocado» en los asentamientos. Un rutilante Trump tuiteó que no permitiría que se tratara (a Israel) «con desdén y falta de respeto» y pedía a Netanyahu que «aguantara sólidamente» hasta que él asumiera el cargo. El Netanyahu de hoy, con miras a inducir un cambio parejo en la Casa Blanca, califica a la ONU de «ciénaga de bilis antisemita», mientras acumula un balance de destrucción de vidas e infraestructuras, este sí superlativo sin reparos. John Kerry adjetivaba su discurso como reflexiones cándidas, un calificativo apropiado para definir la condescendencia de los gobiernos norteamericanos en virtud de la 'relación especial', candidez admitida solo en privado o en momentos crepusculares por sus protagonistas.
En la candidez debía de estar pensando el columnista de 'The New York Times', especialista en la región y nada sospechoso de simpatías palestinas, Thomas L. Friedman, cuando escribió en ese diario la tribuna «Cómo Netanyahu se propone salvarse, elegir a Trump y derrotar a Harris», en la que decía: «Señora vicepresidenta, no tenga dudas, esto (asegurar su futuro político) le llevará a hacer cosas en los próximos dos meses, que podrían dañar seriamente la probabilidad de su elección en favor de Trump».
El futuro político de 'Bibi' pende de sortear los tribunales, para lo que necesita seguir en el Gobierno, para lo que necesita el apoyo de los partidos extremistas, que exigen consolidar la ocupación, destruir a la comunidad palestina y empujar la guerra en la dirección del gran Israel étnicamente puro, del río al mar, para unos, del río al río (del Nilo al Éufrates) para otros (Shimon Peres tituló sus memorias 'No hay sitio para los sueños pequeños'). La guerra le asegura a la vez un suelo de lealtad, porque, como dijo Ariel Sharon, la sangre judía es el cemento más eficaz para mantener el consenso nacional. De modo que la política de Netanyahu, con la escalada de Gaza a Líbano (al que algún líder ha amenazado con aplicar el 'modelo de Gaza'), de Cisjordania (indebidamente postergada) a Yemen y bizqueando hacia Irán, lo que implicaría a EE UU, mira a ese doble objetivo.
La apuesta es una estrategia criminal muy cara encaminada a favorecer las opciones de Trump en una situación de empate técnico; el analista David Rothkopf lo llama un pacto diabólico ('Haaretz', 25-9-2024). Con la escalada, Netanyahu pone a los demócratas en el brete de perder (votos projudíos, si se le enfrentan) o perder (votos árabes e internacionalistas, si no lo hacen); y un Trump vencedor se vería literalmente obligado a devolver el favor con una patente de corso, lo que le aseguraría la reelección. Y la elusión de la justicia. Dos campañas en una.
Esta doble hélice descansa en el 'lobby' israelí de EE UU; de forma directa, financiando a políticos afines, e indirecta, mediante los votos decisivos de las iglesias evangélicas. Este bloque fáctico está a su vez sintonizado con la franja nacionalista de la derecha y la extrema derecha israelíes. De modo que, en ambos países, grupos minoritarios han acabado decidiendo la política de sus gobiernos en esta región en una deriva congruente con la plantilla del nacionalpopulismo y las guerras identitarias. Un ejemplo del poder de las minorías activas.
Suena candoroso Biden cuando afirma que no sabía nada de la operación en Líbano. En un lapsus freudiano afirmó Netanyahu hace dos décadas que «América es fácil de mover»; ya se sabe hacia dónde. Y por qué. No se trata de ninguna conspiración, sino de la fuerza de un grupo de presión a lomos de un tigre identitario. Desde que comenzaron los registros en 1990, quien encabeza la lista de los receptores de fondos del 'lobby' es Joe Biden, bien comprometido con la 'relación especial'.
De modo que el pacto diabólico es el ápice de una doble espiral con un enorme poder destructivo en diversas escalas, y que en la más cercana invita a pensar, como ha escrito Yuval Harari, en el síndrome de Sansón. El campeón de las apuestas. Mientras el coste en términos de imagen y la presión interior no modifiquen la correlación de fuerzas en EE UU y le inviten a actuar a la altura de los ideales evocados por Kerry.
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