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Cuando Pedro Sánchez llegó al Gobierno, le otorgó sus dones un hada espabilada. «Vivirás grandes apuros, pero saldrás adelante», debió de decirle. Realmente no ha habido presidente desde la democracia que haya sufrido tantas situaciones críticas. En una situación tan complicada como la de la ... pandemia, el Gobierno informaba a diario. Las medidas que se iban adoptando para resolver la situación económica se explicaban. Con la erupción del volcán de La Palma, supimos al dedillo el drama que vivía la isla y cómo se procuraba paliar. Las estrategias de comunicación de la Moncloa se parecían más a procurar la difusión de sus esfuerzos para hacer frente a esas situaciones que a transmitir los datos puros y duros. Pero nos enterábamos. Compartíamos sus esfuerzos o los ignorábamos.
Las cosas se torcieron con la invasión de Ucrania. Empezaron las vacilaciones sobre si las armas que enviaba España eran solo defensivas o claramente ofensivas. Esas precauciones semánticas podían corresponder al intento de no herir sensibilidades en los sectores progresistas en general y especialmente a la otra parte del Gobierno, anclado en el 'No a la guerra'. Ocurrió que también conocimos por sorpresa la decisión sobre el Sáhara, gracias a que la monarquía alauí, siempre coherente con su oscura trayectoria informativa, filtró una carta de Sánchez considerando que la opción de región autónoma dentro de Marruecos para la excolonia podía ser la acertada para resolver la situación.
Y llegamos a la crisis energética y a la huelga de transportes. Una situación de desastre para multitud de industrias y un intento de aplazar la solución oficial al 29 de marzo. Ha sido necesario que los responsables ministeriales salieran al paso y buscaran acuerdos sin esperar a esa fecha. Mientras, la ultraderecha de Vox se frotaba las manos. No le quito el mérito a Sánchez por su buen trabajo en Europa consiguiendo que el Consejo Europeo admita que España y Portugal, la nueva isla energética, puedan poner topes temporales al precio del gas que se utiliza para generar electricidad, lo que facilitará que bajen los precios de ambas energías.
Pero el asombro y la decepción ante esa postura de silencio han roto el buen ritmo que la Moncloa aplicaba, incluso con excesivos bordes propagandísticos. Ha pasado del marketing intensivo al susurro. Y ese giro puede provocar la apatía del ciudadano o, incluso, la sospecha de la impunidad. Mientras, el recorte de los beneficios para las eléctricas que el Gobierno barajaba con firmeza desde hace meses, nada de nada.
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