Septiembre nos trae, como siempre, un nuevo calendario en blanco. Diréis queridos lectores, como me pasa a mí, que ya están marcadas las fechas con ocupaciones y con aficiones. Lógicamente es así y la previsión —aquel diamante en bruto de la planificación, de la que ... hablamos en otra columna— debe ayudarnos a ordenar nuestras múltiples tareas.
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Sabéis que me refiero al calendario escolar, marcado por festividades y pronto señalado con entregas de trabajos, exámenes, excursiones, etc. Sin embargo hoy mismo, apenas tres días después del inicio sigue siendo, espero, un libro en blanco.
El primer día de colegio, de instituto, siempre es especial tanto si nuestros hijos empiezan etapa como si la continúan. La emoción de estrenar equipación y materiales, de rotular su nombre y hacerlo visible y diferente al resto de compañeros. La emoción de reencontrar a los amigos, a los profes; de retomar juegos; de iniciar nuevas amistades y tal vez nuevos vínculos con sus docentes. Igualmente sienten la incertidumbre: cómo será mi nuevo tutor, tutora, qué compañeros me tocaran, será difícil estudiar, etc.
No es menor la emoción e inquietud que los docentes sentimos ese primer día de curso. Enseñar es una tarea maravillosa y complicada, pero aprender también lo es. Por ello, docentes, alumnos y familias tenemos ante nosotros la nueva oportunidad del almanaque educativo en blanco. Lo que significa que no es una agenda para rellenar con los mismos contenidos, prejuicios, errores y aciertos que ya hemos tenido, si no para paliar desaciertos, renovarnos en la enseñanza, mejorar en la educación que damos a nuestros hijos y alumnado, y forjar vínculos que nos hagan aprender juntos.
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Algunos estudios señalan que un niño de entre dos y cinco años puede hacer unas 500 preguntas al día a lo largo de esos años. Para los que somos docentes ese dato nos da vértigo y responsabilidad. ¿Seremos capaces de aprender de lo que nos preguntan? ¿Y de hacerles unas 500 preguntas oportunas que les ayuden a descubrir, a aprender, a conocerse? Tenemos la oportunidad ayudarles a crecer como estudiantes y sobre todo como personas: con autonomía, con una autoestima positiva y real, con valores, emocionalmente estables, y que se sientan bien consigo mismo porque encuentran su propio lugar en la vida.
Es decir que tenemos la oportunidad —el momento, la circunstancia— de favorecer en nuestros hijos y alumnos los aprendizajes oportunos —adecuados, pertinentes—. Igualmente tenemos la oportunidad de aprender de ellos. Pues, aunque nos incomoden y los tildemos de inoportunos, son siempre oportunos en su habilidad de hacernos ver el mundo y las situaciones con otra mirada.
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Este curso escolar nos ofrece a familias y docentes nuevas posibilidades para brindarles aprendizajes oportunos y duraderos, y para hacer realidad las palabras del periodista estadounidense Sydney J. Harris: «El propósito de la educación es convertir los espejos en ventanas».
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