Es posible, querido lector, que ya conozcas la historia de Violet Jessup; aun así, me parece una opción interesante para estos tiempos. Jessup fue una camarera y enfermera argentina que trabajó a bordo de los transatlánticos RMS Olympic y RMS Titanic y que colaboró como ... enfermera en el buque hospital HMHS Britannic. Mas no es por esto por lo que es conocida. Es conocida por haber sobrevivido a tres accidentes marítimos: En 1911, la colisión del Olympic con el buque de guerra HMS Hawke. En abril de 1912, el hundimiento del Titanic, tras golpearse con un iceberg. En 1916, el naufragio del Britannic después de chocar con una mina marina. Su increíble historial le valió el sobrenombre de 'Miss Insumergible'. Habrá quien diga que fue un milagro, o alguien con una suerte increíble o alguien con quien no se debería viajar nunca.
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Hoy en día, viajar por los días con personas «insumergibles» también es una suerte, o no tanto. Cuando se anda la vida y la vida se tuerce, se complica o se te rompe, estar acompañado de personas «insumergibles» que han sobrevivido a dificultades y te ayudan a no hundirte, a surgir y a resurgir es una gran suerte.
Ser uno mismo quien se sobreponga, quien no se deje aplastar por las desgracias, es, aunque les parezca excesivo, una heroicidad porque se requiere un gran coraje, una gran fuerza interior. Sin embargo, hay «insumergibles» que resisten los vaivenes y sucesos agarrándose con uñas y dientes, no a su fuerza interior, no a sus habilidades o actitudes... sino a cualquier clavo ardiendo. Pongamos los votos o las cabezas de otras personas; o sencillamente los puestos de trabajo de otros; el asociacionismo a cualquier precio; las legislaciones a su favor sacadas de la chistera; la mirada hacia otra parte ignorando los daños colaterales que causan... Y un largo etcétera que seguro se os ha ocurrido.
Al hilo de pensar en personas «insumergibles», de todo tipo, desde las más próximas a las más lejanas, me surge la pregunta de cómo se llega a ser «insumergible» a costa del otro, de cualquier otro individual o colectivo.
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Y eso me ha llevado a la palabra «compasión» y, ¡voilà!, he visto el hilo que une los dos conceptos. No hablo de la compasión en sentido bíblico estricto, hablo de algo humano y aprendible. Hablo de la compasión como un paso más allá de la empatía, en el mismo sentido que el psicólogo Daniel Goleman: «La verdadera compasión no significa solo sentir el dolor de otra persona, sino estar motivado a eliminarlo».
¡Claro! Que para saber la relación entre compasión e «insumergibles», y cómo llegar a ser «insumergible» y resilientes, hay que esperar a la siguiente columna. Mientras, pensemos que «la compasión es la clave para la supervivencia final de nuestra especie» (Doug Dillon).
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