Mi vida es un bello cuento, ¡tan rica y dichosa! Si de niño, cuando salí a recorrer el mundo, solo y pobre, me hubiese salido ... al paso un hada prodigiosa que me hubiera dicho (...), no pudiera mi suerte haber sido más feliz». Así comienza la autobiografía de Hans Christian Andersen, 'El cuento de mi vida', en la que el escritor danés cuenta muchos de los sucesos que le llevaron a convertirse en uno de los primeros escritores de historias para niños.
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Tal es la impronta y el legado que ha dejado que, en honor al día de su nacimiento, celebramos el 2 de abril como el Día Internacional del Libro Infantil.
Sin embargo, la afirmación inicial de Andersen no es tan cabal. Su vida estuvo inicialmente cuajada de pobreza, dificultades y chanzas. Estas mofas eran debidas a sus aficiones: escribir poesía, bailar, cantar, actuar e incluso confeccionar vestidos para sus títeres. Posiblemente su famoso 'Patito feo' surgió tanto de su creencia de que era feo como de aquel primer incidente en una fábrica donde, al escucharle cantar, le increparon con: «¡Este no es un chico, es una mujercita!». Los desaires y mofas estuvieron presentes muchas veces a lo largo de su vida.
Cuando comenzó a publicar sus primeros poemas, al no tener estudios suficientes, lo hizo con errores gramaticales y ortográficos. Aciertas, querido lector, al pensar que esto ocasionó la burla de otros escritores e incluso la crítica mordaz en los periódicos daneses. Pese a ello, Andersen fue luchador y un gran viajero. En 1835 apareció su primera novela y también las dos primeras ediciones de 'Historias de aventuras para niños'. Una colección de cuentos relatados con la misma prosa sencilla que usaba cuando los contaba de forma oral a los niños. Los cuentos gustaron a chicos y grandes.
Pese a publicar poemas, novelas cortas o libretos para ópera, libros de viajes, fueron las historias de fantasía, y de realidades (como 'La pequeña cerillera' inspirada en su madre), las que le dieron mayor fama, convirtiéndose en un escritor muy apreciado, con lo cual las últimas palabras de la frase con las que comenzó la columna son auténticas.
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Andersen dejó escrito en su autobiografía: «Los cuentos pasaron a ser lectura de niños y mayores, y yo creo que esa es la meta a que debe aspirar todo narrador de cuentos».
Creo con él que esa debe ser la meta de cuantos somos narradores de cuentos. Primero, porque los cuentos infantiles no son los hermanos menores de los relatos para adultos, sino una categoría propia, bien definida y con los lectores más sinceros y exigentes que hay. Segundo, porque igual que hay historias para adultos que no son propicias para infantes, las historias para el público infantil no tienen edad, pues nunca debemos opacar los valores más esenciales, ni los sueños más brillantes que albergamos como niños.
Previendo las posibles críticas, los cuentos fueron editados con la especificación de que eran exclusivamente para el público infantil.
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