La rueda siniestra

En aquel tiempo no había imágenes, hoy vemos en directo los horrores pero incluso su crudeza nos resbala por el impermeable de la costumbre. En esta sociedad del espectáculo ya nada impresiona ni indigna, nuestra compasión se adormece. Sabemos lo que ocurre pero lo alejamos para que nuestra conciencia no se sienta incomodada con persistente frecuencia. Casi preferimos que no nos atosiguen con los horrores. Hace meses que sólo prestamos una atención menor a la guerra de Ucrania que tanto nos conmovió inicialmente. Con la masacre de civiles en Gaza ocurre lo mismo. Mientras el horror continúa los canallas se fortalecen.

Hace tres años que los talibanes tomaron el poder en Afganistán. Los derechos humanos se vulneran a diario y las mujeres son sometidas a un régimen de terror. La nueva ley para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio ha endurecido las ya terribles normas que impiden a las mujeres estudiar o vestir como quieran obligadas a ocultarse bajo el velo integral. Ahora han prohibido que se escuchen sus voces en los espacios públicos. Enmudecerlas es más humillante que ignorarlas. También hemos olvidado que, hace 10 años, 276 niñas fueron secuestradas en una escuela en Chibok (Nigeria) por el grupo terrorista islámico Boko Haram. Algunas escaparon, otras fueron liberadas gracias a organizaciones como Amnistía Internacional y 82 continúan en cautiverio. Desde entonces más de 1.400 niños y niñas han sido secuestrados.

Tomo de Susan Sontag la idea de que, dolorosamente, la única relación que podemos sostener con los muertos y las víctimas es la memoria. Recordar es una acción ética que nace de nuestra naturaleza humana. Aunque no podamos obviar que también de esa humanidad nacen los horrores que nos aquejan. La crueldad imperante nos confirma que vivimos asediados por el horror y la injusticia, una rueda siniestra que no deja de girar y que ignoramos cómo se puede parar.