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Una vez fui a Burgos con mi madre y, por supuesto, visitamos la catedral. Ya saben que desde la plaza del rey San Fernando hasta las agujas que rematan ambas torres hay unos 88 metros de altura, lo que hace que el edificio resulte impresionante. ... Lo primero que mi madre exclamó al verla, le salió del alma: «Hija mía, ¿cuántos habrán muerto construyéndola?». Fue tan espontánea que confieso que me dejó sin palabras. Y es que la historia solo recuerda a los obispos y reyes que ordenaron construirla pero no a los obreros y artesanos que la hicieron realidad. Ni ella olvidó esa visita, ni yo tampoco. Fue así que aprendí que las madres de la generación de la mía siempre supieron que el destino de la mayoría, desde siglos, consiste en vivir silenciosamente en medio de la tragedia.

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