La Navidad se prolonga en esa explosión de luminosidades infinitas por la que compiten nuestras ciudades mientras se acortan nuestras mesas por la ausencia de los que se fueron. De estas cosas escribía cuando llega la noticia de la condena de Dominique Pelicot a veinte ... años de cárcel. Pensé entristecida que si queda algo de inocencia, ésta es únicamente patrimonio de la infancia que todavía desconoce los peligros que la acechan. No creo que haya sentencia, a dura que sea, que pueda devolver a Gisèle, violada durante años, la paz que tuvo cuando ignoraba que compartía su vida con un monstruo que tras drogarla la ofrecía a otros violadores como si fuera un pedazo de carne, una muñeca hinchable sin voluntad que no se rebelaba le hicieran lo que le hicieran. Hasta los perros son libres de expresar su queja si los agreden. A ella ninguno le preguntó, era menos que cero.

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El drama íntimo de Gisèle tiene que ser un océano de angustias, de preguntas sin respuestas, de desolación infinita. Pese al drama que ha sufrido, y que habría ignorado si la policía no lo descubre, esta mujer es hoy símbolo de valentía y firmeza. Quizá en otros tiempos o quizá otras mujeres hubieran optado por ocultar su infortunio, es lo que siempre hicimos las mujeres, llorar para los adentros, esconder el desgarro. Ella decidió que el mundo conociera los detalles más sórdidos con la intención de que la sociedad reaccionase, de que aflorara el sentimiento de que la víctima no debe avergonzarse sino sus cobardes agresores.

¿Cuándo, en qué momento, sedada por su marido como era evidente, autorizó ella que la penetraran o la abusaran? ¿Con qué gesto o palabra dijo: adelante tomadme como queráis? Ni su exmarido ni los otros 51 hombres que la violaron repararon en lo evidente, ella era una mujer libre, no era un objeto propiedad del marido y, por tanto, la autorización de éste no era suficiente para disfrutar de su cuerpo sin límites. El señor Pelicot ejerció el sadismo y ha demostrado su infinita maldad. No sirve que pida perdón o que reconozca la grandeza humana de su exmujer porque ni pudriéndose en la cárcel, que no va a ser así, reparará el daño causado a toda su familia. Muchas mujeres violadas sienten vergüenza y miedo, por eso callan, pero Gisèle ha proclamado que es hora de que la vergüenza cambie de bando.

Pese a todo, siento inquietud, me imagino a Gisèle caminando a solas por la orilla de su vida queriendo, como expresó Alfonsina Storni, «perder la mirada, distraídamente,/ perderla y que nunca la vuelva a encontrar:/ y, figura erguida, entre cielo y playa,/ sentirme el olvido perenne del mar». Mi cariño a Gisèle porque es la imagen de la dignidad y la entereza, una estrella que guiará a las mujeres y a los hombres que queremos convivir en igualdad. El camino continúa. ¡Feliz Navidad!

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