Escribió Lucas: «Y María dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales, y lo acostó en un pesebre, porque en el mesón no había lugar para ellos». Ya se sea cristiano o ateo, católico o agnóstico, musulmán o budista estas fiestas que ... atraviesan el fin de año se enmarcan en esta tradición y en el olvido de la sobriedad de esos hechos. Asombrado quedaría san Lucas al comprobar el belén que tenemos montado pese a la sencillez de lo narrado. Si el niño tuvo como primera cuna un pesebre, no admitieron a los padres en la posada y no había ni mula ni buey que les dieran calor, como ya dictaminó el concilio de Trento, podemos deducir la pobreza en la que nació Jesús. Eso afirman los expertos en la Biblia y en ello se apoya el teólogo Juan José Tamayo, siempre atento en la búsqueda de similitudes con el tiempo actual, para recordarlo. Guerras, imperialismos, colonialismo, violencia extrema, inmigrantes, refugiados, genocidio en Gaza con el nuevo Herodes, Netanyahu al mando del ejército israelí y un balance de 45.000 gazatíes asesinados...
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Según los investigadores del Jesús histórico, afirma Tamayo, Jesús fue un judío marginal y la celebración de su nacimiento, constituye la «memoria subversiva de las víctimas y de los perdedores de la historia, no la conmemoración de los éxitos de una megaestrella». Pero esto, de sobra sabido, es olvidado porque nos entregamos al dispendio y a la desmesura. Hay que reconocer, yo lo hago también, que es difícil sustraerse al empuje del río que nos lleva por los caminos del exceso. Aunque sólo sea para aliviar nuestra mala conciencia, si acaso la tenemos, no podemos obviar el dolor a nuestro alrededor ni olvidarnos de quienes han sido víctimas de una funesta dana perdiendo a familiares, casas o negocios que sustentaban sus vidas. Tampoco podemos cerrar los ojos al bombardeo salvaje de Putin sobre objetivos energéticos en Ucrania el día de Navidad para dejarlos más helados y desolados de lo que ya están. O el asesinato de cinco periodistas en Gaza tras el bombardeo de su coche junto a un hospital. Los infortunios también se multiplican estos días de fiesta mientras en nuestras ciudades vivimos deslumbrados por los excesos de la Navidad.
Leo el discurso navideño del rey Felipe VI y veo aplausos, críticas y silencios. Es lo tradicional en un país multicolor como el nuestro, pero se sea republicano o monárquico, de uno u otro color político, hay algo muy compartido, la necesidad de que «la contienda política, legítima, pero en ocasiones atronadora, no impida escuchar una demanda aún más clamorosa: una demanda de serenidad». Como es habitual, los que viven de la bronca no se dan por aludidos del hastío ciudadano. Y es que, ya sea Navidad o no lo sea, vivimos 'revolcaos' en el merengue del cinismo y la hipocresía. Feliz 2025.
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