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Tanto repetirnos que el PP y Vox arrasarían que quedé como la mayoría de españoles atónita al ver avanzar el escrutinio sin señales de que el 'infame sanchismo' se disolvía como un azucarillo. Mientras los reunidos en la sede del PP cantaban «que te vote ... Txapote», no pude dejar de pensar cuánto había influido la deplorable broma en el frustrante resultado que Feijóo había obtenido. Su cara en el balcón era un poema. Su rostro transparentaba la angustia de la incredulidad, aunque la peor bofetada no fue el insuficiente triunfo sino la amenaza a su liderazgo que suponían los gritos sostenidos de «Ayuso, Ayuso». El rictus presidencial que adoptó cuando arrasaba en las encuestas desapareció al ver que le separaban del sanchismo rompepatrias sólo 330.000 votos. Impensable hace una semana cuando se repartían los ministerios entre risotadas. ¿Cómo podía ser que Sánchez, al que llevan años tachando de okupa, filoetarra, antiespañol y felón, hubiera salido ante los suyos con una sonrisa de oreja a oreja? ¿Sería una pesadilla? Sus asesores y aduladores le prometieron que a esas horas Sánchez estaría políticamente desahuciado pero ahora el que está al borde del abismo era él.

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