No sé por qué extraña asociación de ideas estos días veraniegos, escuchando a Trump me ha venido a la mente una historia de la que sólo guardarán memoria los que tienen una cierta edad. En los años 70 del siglo pasado, un hombre llamado Clemente ... Gómez fundó la iglesia del Palmar de Troya. En 1968 unas niñas dijeron haber visto a la Virgen María y la credulidad llevó a peregrinar allí a mucha gente. Así fue que Clemente Gómez, que decía tener visiones y éxtasis, con su amigo Manuel Alonso y con un celestial sentido del negocio terminaron fundando la iglesia palmariana. Innumerables seguidores comenzaron a hacer donaciones para el lucrativo trajín de los amigos que llegaron a construir una impresionante basílica. Tras increíbles historietas, Clemente, que en un accidente perdió la visión pero no el sentido del negocio, obedeció designios divinos y se autoproclamó nuevo papa con el nombre de Gregorio XVII, el mismo día que murió Pablo VI, el 8 de agosto de 1978.
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Juan Pablo II fue considerado un impostor y excomulgado por el legítimo papa del Palmar. El conocido como papa Clemente santificó, por ejemplo, a Cristóbal Colón, José Antonio Primo de Rivera o Francisco Franco. A su muerte le sucedió su amigo con el nombre de Pedro II que canonizó a Clemente con urgencia tras reunir al colegio de cardenales de la iglesia palmariana. Nunca entendí cómo la gente podía creer a estos falsarios pues el engaño me parecía no solo burdo sino evidente.
Por increíble que parezca el falso papa Clemente extendió su iglesia por el orbe y obtuvo donaciones millonarias. Trump ha consolidado y exportado su forma de hacer política basada en mentiras hiperbólicas que amplifican algunos medios que le garantizan impresionantes apoyos financieros. Por eso recordé al falso papa cuando Donald Trump, tras declarar ante un tribunal federal de Washington por manipulación electoral y asalto al Capitolio, se dirigió a sus fieles en un mitin en New Hampshire, chuleando del viento favorable en las encuestas, «porque con una imputación más las elecciones estarán ganadas». Ya en 2016, presumía en Iowa de la fidelidad de sus votantes hasta el punto, dijo, de que «podría disparar a la gente en medio de la Quinta Avenida y no perdería votos». Es un elogio al poder de la fe sobre la razón.
A este condenado por abuso sexual le siguen millones de adeptos que aceptan cuanto dice y hace sin cuestionarse ni sus mentiras ni su comportamiento delictivo. A Trump la democracia le enfurece porque es el único sistema político que nos iguala a todos ante la justicia y él se cree por encima de la ley. Trump no se ha autoproclamado papa como Clemente sino el dios de una religión que desprecia la verdad y niega la realidad si pone en peligro su ambición. Un Zeus enfurecido y caprichoso, un peligro para la humanidad.
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