Todo cambia

A mi edad, hace tiempo que aprendí que la admiración sólo es la antesala temporal de la decepción. Generalmente ésta última llega a través de la observación de detalles que en el tiempo de la ensoñación no se perciben. Como en los enamoramientos, cuando se rompe el hechizo y ¡zas!, todo cambia.

No sabría precisar la fecha en que dejaron de interesarme las opiniones de Felipe González pero sí recuerdo que fue en el momento exacto en el que comenzó a ensalzarse a sí mismo con empalagosa egolatría. Un gran presidente como fue Felipe González no debe rebajarse a menospreciar desde la petulancia a sus sucesores para enaltecer su legado. Es más digno y más noble explicar como un éxito colectivo la acción transformadora de España de sus gobiernos. Atribuirse todo el mérito resulta patético: «Yo que he ganado muchas elecciones…», le dijo a Pablo Motos. Aunque un buen liderazgo ayude, unas elecciones nunca las gana nadie solito. El triunfo es siempre fruto del esfuerzo colectivo de muchos relevantes ayudantes y de miles de anónimos peones.

Comparte con el expresidente Aznar igual desprecio por sus sucesores. Ni Rajoy le acabó de gustar por blandengue, ni Casado cuyo ascenso y caída auspició, ni por supuesto el esponjoso Feijóo. Por eso susurra al oído de Díaz Ayuso las palabras y las políticas que más hieren la imagen del gallego. Eso sí, Felipe va de frente. Se envanece escuchando que ya no quedan políticos como él a quienes en otro tiempo le insultaron hasta conseguir echarlo. Sí, el clima político es irrespirable pero también le añado que los mismos que acuñaron el «váyase, señor González» están a cinco minutos de repetir: «váyase, señor Sánchez». Le aseguro que con su aplauso lo lograrán.

Me gustaría ver a González y a Aznar capear la fragmentación actual. Ni el PSOE ni el PP obtienen ya mayorías para gobernar España en solitario por soberana decisión de los españoles. Ambos pactaron con los nacionalistas (hoy independentistas) cuando los necesitaron pero nunca se unieron, porque les convino, para cambiar la ley electoral que les da la llave de la gobernación. Esa también es una herencia que nos dejaron estos sabios que no llegan a entender cómo poco a poco van siendo olvidados. Negar los errores propios es lo único que no cambia.