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Al ver a Rubiales tocándose los testículos con una euforia exagerada, tras ganar nuestras jugadoras el mundial de fútbol femenino, no pude evitar recordar algo que ocurrió en Calahorra hace ya más de treinta años. Hubo una vez un concejal, de cuyo nombre no quiero ... acordarme, que presidía una corrida de toros en una día en el que la plaza estaba ¡abarrotá, abarrotá! Uno de los toros, blando de remos, cayó repetidas veces y la multitud se volvió hacia la presidencia protestando airadamente. El presidente, molesto, se levantó del asiento y ostentosamente, como para evitar que el gesto pasara desapercibido al público, se tocó los testículos varias veces para asombro del respetable que, a todas luces, estaba siendo insultado. Poco después, en la tertulia taurina, el crítico Alfonso Navalón le preguntó sobre lo inadecuado de afrentar a la afición con ese gesto. El concejal contestó, sin inmutarse lo más mínimo, que simplemente se había rascado sus partes pudendas porque le picaban. En aquel tiempo no pasó nada, muchos rieron la hombrada. Lo intolerable fue justificado como una broma sin importancia del ufano concejal.
Hoy se disculpa al pobrecito Rubiales diciendo que se está exagerando aunque esté mal lo que hizo. Creí entonces y creo ahora que un representante público no está para hacer lo que le salga de los genitales sino para ejercer su función con sobriedad y respeto a la dignidad ajena. Luis Rubiales representaba a la Real Federación Española de Fútbol, pero en Sidney se comportó no solo como un marichulo de libro sino como un troglodita que carece de una cosa muy antigua que se llama 'saber estar'. Tras la memorable hazaña de nuestras campeonas todo lo que hizo Rubiales fue excesivo de principio a fin.
Besar a Jenni Hermoso, sujetando su rostro con ambas manos sin darle la posibilidad de moverse para rechazarlo, no puede justificarse en la euforia del momento. Ni la copa la había ganado él, ni su posición de poder le autorizaba a forzar un beso no pedido para celebrarlo. Al hacerlo se degradó como persona y como directivo que debía felicitarlas con el respeto que merecen unas campeonas que han vencido infinidad de obstáculos, algunos de la propia RFEF. Debiera saber que la camaradería nace del respeto. Si lo de los genitales es vergonzoso, lo del beso fue tan inaudito como su patética petición de disculpas tras haber llamado imbéciles a media España. Su empeño en que la jugadora colaborara para apagar la hoguera en que se está quemando, es otra indignidad. A Jenni no le gustó y lo sabemos. Se ha comportado con enorme dignidad frente al silencio cómplice del fútbol masculino. La mayoría social de este país está con Jenni. Hay mil razones para cesar a Rubiales pero justicia poética será verlo caer de lo más alto a causa de un beso de machismo envenenado.
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