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El Imperio siempre fue el Imperio pero, según el renacido emperador Trump 2.0, comienza la Edad de Oro y el fin de la decadencia: EE UU «florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo. Seremos la envidia de todas las naciones, y ... no permitiremos que se sigan aprovechando de nosotros... sencillamente pondré a Estados Unidos primero»; «Dios me salvó para hacer a Estados Unidos grande de nuevo». Cuando los líderes creen ser elegidos de los dioses dan por bendecidas incluso sus tropelías. El 20 de enero 2025 se borró el pasado y abrió paso el tiempo de la verdadera Historia mientras los aplausos retumbaban en las columnas del Imperio. Los nuevos generales imperiales, los hombres más ricos del mundo, sonreían de satisfacción y expectativas. Cuando se tiene todo, las mieles del poder son un alimento energizante, como nos ha demostrado Elon Musk con la provocación de sus gestos. Es normal que los nuevos generales estén desaforados, su apuesta es ganadora y sus cuentas de resultados crecían al tiempo que aplaudían. Se exaltaron las bondades de esa nueva patria imperial aunque no todos crean que su situación mejorará. Ahí está el discurso de la obispa episcopaliana de Washington pidiendo desde el púlpito piedad para los ya señalados como damnificados del Imperio.
Un gesto valiente pues nadie se atreve a molestar al emperador protegido por los dioses. Las genuflexiones ante Trump insultan la inteligencia. Hemos visto gente, como nuestro compatriota Santiago Abascal, que pugnaba por parecer importante y por tener un hueco en la sala de televisión que retransmitía el advenimiento del Emperador. Si la frase más repetida de Trump es la de hacer grande a EE UU, su palabra clave es 'arancel'. Hoy a Trump todos los países le parecen enemigos: México, China, Dinamarca, Panamá, Canadá... e incluso España que acoge bases estratégicas desde hace años. Su escarmiento o su amenaza es declarar la guerra de los aranceles.
Hace ahora un siglo, en La Rioja y en Calahorra había una floreciente industria conservera cuyo producto estrella era el envasado de pimiento morrón dulce. Era EE UU un mercado que absorbía una parte muy importante de su fabricación. Para favorecer la naciente producción de California decidieron imponer al producto español unos aranceles excesivos. Eran tan injustos que, como reconoció incluso The New York Times el 9 de junio de 1927, prácticamente consiguieron prohibir la entrada del producto español. En plena guerra arancelaria del pimiento llegó el crack de 1929 y todo se fue a pique. Veremos en qué quedan las bravatas. Por un momento, imaginen al gran patriota y aplaudidor Abascal explicando la repercusión de la imposición de aranceles, por ejemplo, a los productores de vino o aceite de esta España nuestra. ¿Qué vitoreará?: ¡Viva el Emperador o Viva España!
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