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Unas gotitas de utopía no nos vendrían mal en estos tiempos revueltos, tampoco que algo de poesía inundara la vida pública y el discurso político. ... No ocurrirá pero soñar no está gravado (todavía) con aranceles exorbitados. Los fundadores de los Estados Unidos en la Declaración de Independencia de 1776 escribieron que los hombres fueron creados iguales y dotados de derechos inalienables como «la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». En 1812, en la primera Constitución española, la Pepa, su artículo 13 señaló: «El objeto del Gobierno es la felicidad de la Nación, puesto que el fin de toda sociedad política no es otro que el bienestar de los individuos que la componen». Si la declaración americana habla del derecho a buscar la felicidad, la española da un paso más al afirmar que el gobierno debe tratar de garantizarla. Ambos textos puede que destilen inocencia pero al menos tratan de sustentar la acción de los gobiernos en principios morales sólidos y universales.
Soñar utopías puede ser inútil pero permite caminar lejos mientras que escuchar a Trump resulta devastador. Su palabra favorita es «arancel», algo desprovisto de encanto como toda su palabrería vacía de principios morales. Ni siquiera habla de comercio justo sino de venganza, de hacer pagar a quienes dice que engañan a los EE UU. Reniega así de un orden mundial que su país impulsó por sus propios intereses económicos. Tras meses de incesante parloteo insiste en guerras comerciales, extorsión a cambio de paz, apoderarse de territorios de otras naciones y un etcétera de barbaridades. Creo, ya lo he dicho, que su política se basa en la crueldad. Su grandiosa frase, hacer grande a América, esconde un nacionalismo rancio, racista y prepotente que jamás sitúa en el centro el bienestar del ciudadano corriente, le haya votado o no, que sufrirá sus políticas.
Mientras agrede a todo el mundo y arruina inversores pequeños se afana también en dinamitar principios democráticos: persigue a quienes no se humillan, retira fondos a las universidades que defienden su libertad académica, amenaza con desobedecer a los jueces y vulnerar la Constitución buscando un tercer mandato...
The Economist, nada sospechoso de izquierdista, publicó hace unos días un artículo ilustrado con una imagen de la estatua de la Libertad que tras bajar del pedestal se aleja en barco hacia Europa. El titular de The Economist resume que Europa es «ahora la verdadera tierra de la libertad». Explica que, pese a los problemas que tiene, «los europeos han creado un lugar donde se garantiza el derecho a lo que otros anhelan: la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Defendamos lo que tenemos y no olvidemos que Trump no será eterno, caerá. Como escribió el gran poeta Ángel González: otro tiempo vendrá distinto a este.
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