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Hace unos días, un concejal del Ayuntamiento de Madrid hizo algo sin precedentes en un pleno municipal. Según expresión del propio alcalde, Martínez Almeida: «El señor Viondi me ha tocado la cara en tono amenazante hasta tres veces». Pues sí, ese concejal actuó de forma ... deplorable en un representante público. En minutos, las palabras de indignación del PP se escucharon por tierra, mar y aire. Se denunció el matonismo del socialista Viondi y nadie dudó en calificar los hechos de agresión ni en utilizar la palabra violencia. Por supuesto, ningún dirigente del PP ahorró adjetivos y metáforas, ni tampoco hipérboles y adónde vamos a llegar. El enfado es lógico y también lo fue que en minutos, el tal Viondi fuera censurado por su partido y presentara su dimisión como concejal del PSOE. La rapidez fue ejemplar ante una falta de respeto evidente y sucedió mientras los insultos contra el presidente del Gobierno (¡cobarde, cobarde...!) atronaban en el Congreso de los Diputados. Allí nadie pidió disculpas porque esto no es violencia o exceso verbal, sino muestra del nivel de degradación que vive el hemiciclo. Pero no es esto lo que mueve mi reflexión.

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