Secciones
Servicios
Destacamos
Hace unos días, un concejal del Ayuntamiento de Madrid hizo algo sin precedentes en un pleno municipal. Según expresión del propio alcalde, Martínez Almeida: «El señor Viondi me ha tocado la cara en tono amenazante hasta tres veces». Pues sí, ese concejal actuó de forma ... deplorable en un representante público. En minutos, las palabras de indignación del PP se escucharon por tierra, mar y aire. Se denunció el matonismo del socialista Viondi y nadie dudó en calificar los hechos de agresión ni en utilizar la palabra violencia. Por supuesto, ningún dirigente del PP ahorró adjetivos y metáforas, ni tampoco hipérboles y adónde vamos a llegar. El enfado es lógico y también lo fue que en minutos, el tal Viondi fuera censurado por su partido y presentara su dimisión como concejal del PSOE. La rapidez fue ejemplar ante una falta de respeto evidente y sucedió mientras los insultos contra el presidente del Gobierno (¡cobarde, cobarde...!) atronaban en el Congreso de los Diputados. Allí nadie pidió disculpas porque esto no es violencia o exceso verbal, sino muestra del nivel de degradación que vive el hemiciclo. Pero no es esto lo que mueve mi reflexión.
Es comprensible el enfado del alcalde que espetó enfadado al concejal que no volviera a tocarle la cara jamás. No cabe la broma ante hechos tan desagradables y desconcertantes para quien los sufre. Son tan insoportables como que te toquen el culo o las tetas y quien lo hace espera, por lo visto, que le obsequies una sonrisa. Lo peor es que cuando te ocurre algo así, a muchas nos ha pasado, se minimiza lo ocurrido como una picardía pero nunca como una agresión. Por eso este incidente me hizo pensar en estas otras agresiones y violencias que se minimizan, banalizan o justifican pero jamás se condenan salvo si la entereza de quien las padece remueve conciencias y se convierten en escándalo.
Todavía hoy, tras lo ocurrido con el beso no consentido a la futbolista Jenni Hermoso, en muchas conversaciones, de hombres y de mujeres, se sigue arguyendo que la cosa no fue para tanto. Entre risas y bromas se dice que lo del beso fue lo de menos ya que se justifica por la euforia del momento y que lo peor fue la obscenidad de tocarse los huevos junto a la Reina y avergonzarnos ante el mundo entero, como también ocurrió. Se incide en el segundo argumento y no en el primero queriendo hacer de Rubiales una víctima de esas mujeres feministas que se han vuelto locas porque siempre lo fuimos. En definitiva, se señala con el dedo a la agredida, a la que le han amargado la vida, porque hay muchos que la siguen insultando en redes sociales y en cónclaves cavernícolas. Las mujeres llevamos siglos soportando que nos toquen o nos soben el cuerpo sin consentimiento y huérfanas de la solidaridad que justamente ha recibido el alcalde de Madrid.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.