El mundo se derrumba y nosotros nos enamoramos», le dice Ilsa (Ingrid Bergman) a Rick (Humphrey Bogart) en Casablanca cuando los nazis entraban en París. En el guion de la película de la política española hoy podríamos escribir: «El mundo se derrumba mientras nosotros nos ... insultamos» (Isabel/Pedro).

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La presidenta Ayuso rechaza reunirse con el presidente del Gobierno alegando que la ha ofendido gravemente. Ese malvado felón que dirige un estado policial persigue a su pareja, un ciudadano estupendo que sólo tiene una multilla con Hacienda. No es un delincuente confeso aunque haya confesado que cometió dos delitos de fraude. Nada dijo del saxofón ni del Rolex. Dice Isabel ser víctima del ocupa de Moncloa, dictador stalinista, corrupto, bolivariano, matón... un perfecto hijoputa/me gusta la fruta. El perro Sánchez sólo quiere permanecer en el poder mientras que a ella sólo le preocupa España, la libertad, las cañas y ser noticia cada mañana. Mirando a Moncloa, el presunto líder Feijóo está triste, como la princesa de Rubén Darío. Así que «los suspiros se escapan de su boca de fresa» al haber descubierto que la sombra que le sigue cuando camina no es la suya sino la de Casado.

El plantón se veía venir igual que se presagiaba, tras el demoledor informe de la Guardia Civil sobre el papel de Ábalos en la trama Koldo, que el juez de la Audiencia Nacional, Ismael Moreno, pediría al Supremo su imputación por los delitos de cohecho, tráfico de influencias y pertenencia a organización criminal del exministro de Transportes y secretario de Organización del PSOE. Ábalos olvidó que es de primer curso de honestidad, cuando tienes poder, no aceptar regalitos que nunca podrías pagarte y que cuando la tentación llamó a su puerta debió actuar con igual honradez que exigió a Zaplana, a Rato, a Matas o a cualquier otro. Eso hacen los políticos íntegros, actúan conforme predican. Los delitos serán presuntos pero esto es una vergüenza sin paliativos.

Mientras, las bombas caen sobre Líbano y una Gaza destruida, en Ucrania siguen muriendo igual que en otros lugares situados a kilómetros de nuestro olvido. Nuevas guerras acechan mientras Putin sueña que Trump gana en EE UU y las democracias se resienten. El mundo está en un momento impredecible. Pero, como cantaba Cecilia, a esta España nuestra de su santa siesta ya no la despiertan versos de poetas. Mientras nuestros políticos compiten por ver quién suelta la barbaridad más grande o el dardo verbal más hiriente, los problemas cotidianos navegan por un río de decepciones.

Hoy el poder de la palabra no es la lucidez del argumento sino el estruendo inútil, el cisco. Hasta el moño de insultadores, corruptos y falsas estrellas, una se pregunta adónde huyó la cordura y el altruismo del noble arte de hacer política para el bien común.

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