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LLa Real Academia Española define el rumor como un ruido confuso de voces. El concepto puede ser correcto, sin duda, pero resulta tan aséptico que no deja percibir el trasfondo malévolo que contiene. Desde siempre, el rumor se ha utilizado para impulsar un cierto control sobre otros. Antes, en lugares pequeños, un rumor diabólicamente distribuido servía para desgraciar la vida de una mujer -por lo general- o para destrozar el honor de una familia. El anonimato de este fenómeno acompaña la rápida difusión del contenido, la aceptación de sus afirmaciones como una verdad incuestionable y, acaso, una intencionalidad perversa. El rumor coge vuelo a partir de un rencor incierto, una envidia, el deseo de obtener lo que uno no tiene. Incluso puede arrancar en una fría y pretendida venganza. El caso es que se extiende como una mancha de aceite, a pesar de que pueda cambiar la vida de alguien aceptado en su comunidad, convirtiéndolo en un ser proscrito; un apestado social.
Lo que era un rumor, ahora se llama bulo o también 'fake news'. Las características son similares, aunque la terminología varíe. El rumor es el autor de grandes conflictos políticos y de no menos segregaciones sociales. Sigue golpeando la línea de flotación de gentes buenas, ensuciando su honor. Sin límite de fronteras, ni respeto a consideraciones de simple sentido común.
En la actualidad, los rumores de siempre o los bulos de ahora, campan por su respeto en escenarios delicados: en los colegios, amargando a niños que deberían disfrutar de una infancia feliz; o entre jóvenes que están demasiado pendientes de la pantalla del móvil incluso, llegando a cuestionar su propia existencia.
El rumor/bulo que se propaga por las redes sociales es un campo perfecto para infectar la mala fe; se deja ver también en algunos medios informativos interesados y hasta aparece en sesiones parlamentarias a partir de acusaciones sin fundamento. Incluso se pasea con desvergüenza por los tribunales de justicia, haciendo que los jueces pierdan su tiempo y lo que es peor, la confianza de los ciudadanos. En esta época de bulos desmadrados que traspasan fronteras son también una gran herramienta para los más radicales. Sustituyen la verdad y siembren el caos. Desarmar esos falsos rumores y señalar a quienes los construyen y propagan es un derecho, por supuesto, pero, sobre todo, es una obligación de los ciudadanos. No hacerlo envenena los valores y los principios básicos de la convivencia. Algo que las democracias no nos podemos permitir mirando para otro lado.
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