Somos marcianos

Veo las fotos que esta semana ha enviado el 'Perseverance' desde Marte. El nombre de la nave, espacial en este caso, rima con 'Endurance', como bautizara Shackleton al bergantín con el que exploró, entre 1914 y 1916, la Antártida, a su modo un planeta, aunque ... muy distinto, blanco y helado, en el que el expedicionario buscaría también señales y huellas chiruca. Cada vez que el ser humano se lanza tan lejos sólo lo hace para buscarse a sí mismo. Para descongelar o desenterrar noticias sobre la especie. O un simple rastro de ceniza. Estamos en la semana de la ceniza, que comenzó el miércoles. La primera, en la frente. Orbitamos siempre sobre lo mismo. Y cuanto más lejos, más cerca. Cuanto más afuera, más adentro. El universo tiene el tamaño de una neurona. Y viceversa. Si viajáramos por el interior de una neurona podríamos ver galaxias y basura espacial a la deriva (más o menos basura, dependiendo de la neurona y de su dueño). Ya se veía en la película Viaje alucinante: inyectaban en el caudal arterial un nanosubmarino con Raquel Welch y ante sus ojos se desplegaba un hiperespacio infinito, repleto de constelaciones de glóbulos rojos y de niebla primordial tejida con capilares. La cita del calendario que tengo en el frigorífico (fuera, en su puerta), acierta esta mañana de sábado, en la que escribo el Ojo. Supuestamente es de Borges, pero puede ser de cualquier otro astronauta: «Un destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en el que el hombre sabe para siempre quién es». O quien fuimos, se me ocurre. Las fotos que nos ha mandado el robot, un rover de altísima gama, no me parece que sean las de un lugar al que pretendamos ir, sino las de un lugar del que un día (o una era) vinimos. Como una campa de la infancia de la humanidad, en la que jugábamos al fútbol, o a los espadachines, o al escondite. Dice el 'Perseverance' en su cuenta de twitter –luego el robot es humano: tira de twitter y hace marcianadas– que lo que vemos podría ser el cauce seco de un río que habría desembocado en un delta, igualmente desertizado, pero cuya orilla contendría, cuando metan la palita y el cubo se verá, un surtido de fósiles que lo contarían todo. De momento, lo que cuentan se parece a El Jarama de Ferlosio. Puede que no tarde en aparecer el foso de algún castillo de arena. Digo que veo esas fotos, en la prensa digital, pero sólo las puedo ver intermitentemente, porque las cookies –esa lluvia de meteoritos publicitarios– invaden a cada segundo su ventana, sustituyendo las visión del cráter Jezero con la de unos kiwis (¿una opción para la alimentación a bordo?), una marca de ropa y complementos (¿tendencia en la pasarela aérea?), un catálogo de flamantes electrodomésticos (¿posará el 'Perserverance' un roomba que barra la superficie durante los dos años de estancia?), un reloj de muchos quilates que marca todo el rato las diez y diez (¿la hora a la que se detuvo Marte?) y un coche que se dice capaz de hacer del futuro algo excitante. Que podemos encontrarnos en una revisitación del origen también lo demuestra la naturaleza de las imágenes y datos que vamos recibiendo. Porque lo hacen en el orden de la invención del mismísimo cinematógrafo: las primeras fotos fueron en blanco y negro; las de esta semana ya han logrado el color, un rojizo algo magenta, como se decolora con el tiempo un súper 8, una especie de autocromo Lumière; y todo esto, de momento, en mudo. Lo próximo, dice el 'Perseverance', es registrar cómo suena Marte. El Marte sonoro, hablado. Las ondas. No me extrañaría que descubriéramos que ya estaba todo dicho. En fin, que la cosa apunta a que igual ya estuvimos por allí. Igual, hasta asoma el monolito ¿O el monolito estaba en Júpiter? Ésa es otra odisea. Lo único que ahora no podrán decir que lo de estas fotos de Marte ha sido una peli de Kubrick. A no ser, que... claro, claro... en realidad no haya muerto Kubrick,... y se encuentre bajo un programa de protección de testigos y siga trabajando para la NASA...