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En ocasiones, los ciudadanos no han entendido las sentencias judiciales y han mostrado su consternación por ello. Tampoco han simpatizado con los llamados 'jueces estrella', más protagonistas que los personajes a los que estaban procesando.
Sin embargo, el proceso del 'procés' que se desarrolla en ... el Supremo está favoreciendo la reconciliación de los españoles con el poder judicial gracias a la profesionalidad y la brillantez del presidente del Tribunal, Manuel Marchena. Espléndido. Bárbaro. Impecable.
El juez está impidiendo con elegante firmeza que los acusados, a través de sus abogados y testigos, conviertan el juicio en un suplicio mediático a su medida sobre el democrático territorio catalán subyugado por la pérfida, dictatorial y opresora España. Marchena no está, en nombre propio y en el del resto de los colegas que le acompaña, para aguantar tonterías o tolerar perversiones de las garantías constitucionales. Y así lo hace constar sesión tras sesión, con severidad, pero sin perder el aplomo, cortando apreciaciones y valoraciones «personales» que «no tienen ningún interés» y «nos hacen perder el tiempo». Sin consentir lecciones de democracia, de derechos. Él es la autoridad y no deja pasar una falta de respeto hacia sí mismo y todos los togados. Con sus prestigios no se juega.
Cuando el juicio acabe se le echará en falta. Sobre todo, porque entonces muchos volveremos a la orfandad de carecer de un referente al que asirnos y a sentir la desolación de estar en manos de dos poderes, el Ejecutivo y el Legislativo, cuyo dominio se repartirán bufones, insustanciales y petulantes.
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