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Llevo quince días en Venecia, y justo en el penúltimo día de mi estancia veneciana me alcanza la noticia de la muerte de Mario Vargas ... Llosa. Quisiera evocarlo en una tarde de hace ya unos cinco años, en Arequipa, Perú. Era una comida de muchos escritores, presidida por Mario y su pareja de entonces, Isabel Preysler. No recuerdo el nombre del restaurante, pero era uno que gozaba del aplauso del premio Nobel. A la hora de elegir plato me llamó la atención la velocidad con que dijo «chupe de camarones». Y, por supuesto, yo elegí lo mismo y no me equivoqué. La muerte de Mario Vargas Llosa ha sido un acontecimiento mediático de primer orden. Quizá su figura represente el último consenso de la cultura y de la política en español. Eso debería de hacernos reflexionar.
Todas las fuerzas políticas, de uno o de otro signo, reconocen en Vargas al gran titán de la cultura y de la literatura en la lengua de Cervantes. El autor de 'Conversación en la catedral' cosechó el éxito internacional, cosa que suele ser muy difícil para los escritores que escriben en español. A veces eso se olvida. En Venecia hay muchas librerías en la que uno puede comprobar qué escritores en español gozan del aplauso del lector italiano. Y Vargas es uno de ellos. Lo mismo cabe decir en Francia, Alemania, Reino Unido, y un largo etcétera. Una de las características más notables de Vargas fue su concepción de la literatura como un trabajo exigente y sacrificado. Muchas veces esta entrega de miles de horas de los escritores a su trabajo suele mencionarse siempre como algo consabido, pero no por consabido deja de ejemplarizar la enorme generosidad que latió en la vida de Vargas.
Lo volví a ver hace poco en Fiumicino, el aeropuerto de Roma. Viajaba solo. Me explicó que le habían dado un premio en Italia y que iba a recogerlo. Se sentó en una silla de aeropuerto a esperar a que vinieran a por él. Las horas de espera de trenes, aviones, son también vida de oficio de escritor. Vargas Llosa lo ha sido todo en este oficio. Todos, escritores y escritoras, en nuestros duermevelas hemos pensado en él como una fuerza de la naturaleza que poseía el arquetipo de la palabra justa y precisa. Con él se va toda una época y un modelo. Porque los escritores universales alcanzan a simbolizar el tiempo mucho mejor que los políticos, los reyes o los millonarios. Es una prerrogativa de la literatura. Cuando muere un genio de la literatura, nace una extraña melancolía. Y aquí, en Venecia, esa melancolía se convierte en belleza, en blanca belleza sobre los canales y el mar.
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