¿Por qué no me enviaron a mí a la inauguración de la flamante y nueva iglesia de Notre Dame de París? Si España no quería ir, yo sí. Una invitación tan exquisita y confunden su aceptación con un acto religioso. Yo soy ateo, pero ... no imbécil. El ateísmo nunca fue imbecilidad. Repito: soy ateo, pero no inculto. Si el Gobierno español tenía entradas para ir a ese acontecimiento universal podría haber hecho un sorteo entre los españoles pobres. Si no quieren ir ellos, que manden a un escritor ateo. Yo me traigo una novela de esa inauguración. Todas las televisiones de la Tierra han retransmitido la ceremonia. Es marketing puro y duro. Y aquí nos creemos que este asunto tiene que ver con la misa y los curas. Puro subdesarrollo político.

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El asunto tiene que ver con si estás o no estás en el mundo. Los españoles necesitan estar en el mundo, ser visibles. Me da lo mismo la inauguración de Notre Dame que la de los Juegos Olímpicos, o lo que sea. No estar allí es no existir. No nos vieron en ninguna televisión de la Tierra. ¿Pero por qué no me mandasteis a mí en vez de despreciar las entradas que os regalaba la República Francesa? O es que os creéis que Trump y Macron y Zelenski creen en Dios. No tiene que ver con la religión, sino con la visibilidad política en este mundo. En menudo hotel me habrían alojado. En un cinco estrellas, pagado por Francia. Ir a esa ceremonia no significa aceptar ideológicamente nada. Significa estar en donde se cuece la historia. No ir es voto de pobreza. No estar en donde se fabrica la realidad del mundo es desaparecer, emprender el camino hacia la insignificancia. No somos. No estamos. Nuestra ausencia no va a tener ningún aplauso. Nadie va a decir esto: mira qué modernos son en España, qué laicos, qué progresistas, qué admirables. Por cierto, el laicismo lo inventó Francia.

Nuestra ausencia no tiene adhesión de ninguna clase porque somos un país de segunda división. Y cuando nos dan la oportunidad de ascender a primera, nos ponemos estupendos. Soy ateo, ateo al cien por cien, pero no soy tonto, porque no hay tonto bueno. El bufete del desayuno que me he perdido. Lo peor es que nadie notó nuestra ausencia. Cuando en un evento de esas características no notan ni tu ausencia, explicarles que no vas porque no crees en la Iglesia católica es, simplemente, ser el Gobierno más tonto del mundo y haberte quedado a vivir en el siglo XX, ni siquiera a finales, sino a principios del siglo XX. Lo que quiero decir es que no yendo a esa inauguración perdemos dinero todos los españoles.

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